Cadáver, libreta y bolígrafo

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Ilustración de German Andino en «Novato en nota roja» (Libros del K.O.)

¿Quién dijo que los españoles no podían hacer periodismo como los americanos? Me refiero al periodismo, por ejemplo, de Michael Herr: escrito, muy bien escrito, desde el lugar de los hechos; sin casarse con nadie, salvo con las víctimas; vibrante como la cuerda de un violín.

Alberto Arce lo ha hecho. Su Novato en nota roja, recién publicado por Libros del K.O., es un libro periodístico de primera.

Honduras, el escenario de las crónicas de Arce, hace mucho tiempo que tocó fondo, pero aun sigue cavando en dirección al centro de la Tierra. Cada día 20 personas mueren asesinadas en el pequeño país centroamericano, o sea, 600 al mes, más de 7.000 al año.

Novato_Nota_Roja-Alberto-Arce-LibrosKOViví eso en el Beirut de los años 1980. Como allí, la guerra es febril y laberíntica en Honduras, de todos contra todos: pandilleros de las maras, narcotraficantes, grupos de choque policiales, la CIA y la DEA estadounidenses, militares organizados en escuadrones de la muerte… Como allí, la corrupción es el aceite de una país desquiciado. Como allí, hay muchísima buena gente, la golpeada por todos y cada uno de los malos. Esa gente no piensa más que en irse.

Arce fue el único corresponsal extranjero en Tegucigalpa entre 2012 y 2014. En esa “ciudad derrotada”, como él la denomina, trabajó para la agencia norteamericana Associated Press Se sintió como si estuviera en Irak, sólo que a nadie en el mundo le importaba Honduras.

Nota roja es como llaman en algunos países latinoamericanos a la crónica de sucesos. El libro de Arce es una antología de los que cubrió en Honduras. Si el es tan bueno es porque el lector siente que el autor estuvo allí, escribe muy bien y exuda empatía.

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Ilustración de German Andino en «Novato en nota roja» (Libros del K.O.)

Arce arranca con el relato de cómo unos pandilleros asesinaron a dos conductores de autobuses de San Pedro Sula que no les habían pagado la extorsión habitual de diez dólares por vehículo y semana. Contemplando los cadáveres, el reportero sabe que nadie va a investigar ese crimen. Y reflexiona: “Nunca entenderé por qué casi siempre los cadáveres pierden uno o los dos zapatos al morir”.

Arce viaja a la Costa de los Mosquitos y cuenta la batalla por las pistas de aterrizaje de las avionetas que transportan cocaína entre la Colombia y Venezuela productoras y el Estados Unidos consumidor.

Tras el golpe de Estado que en 2009 derrocó al presidente Zelaya con el pretexto de que era “chavista”, la gran mayoría de la cocaína que llega a Estados Unidos pasa por Honduras. Se ha convertido, escribe Arce, en “un país mula”.

Arce reconstruye en la Costa de los Mosquitos cómo agentes de la DEA tirotean desde un helicóptero a los inocentes ocupantes de una barquichuela a los que toman por narcotraficantes. Bajas colaterales.

En la jefatura de Policía de Tegucigalpa, es testigo de cómo unos empresarios le pasan un buen fajo de lempiras a los funcionarios. “Está usted entre hombres de fe”, le dice un subcomisionado. “Aquí todo es recto y trabajamos en nombre del Señor”.

También se ve con el Tigre Bonilla, el director general de la Policía. El general lamenta no poder encontrar la biografía de Fouché escrita por Stefan Zweig que está buscado. Luego le suelta al periodista: “Si alguien entrase por esa puerta, yo saltaría por encima de la mesa con mi pistola antes de que usted se diese cuenta de que está paralizado por el susto”.

Arce va al penal de Comayagua. Allí acaban de morir más de 380 reos cubiertos de tatuajes. Una colilla ha provocado un incendio en un colchón que se ha extendido como una mancha de aceite. “Los guardias”, cuenta, “dispararon al aire durante varios minutos, pensando que se estaba produciendo una fuga masiva. Luego huyeron”.

El reportero entrevista al preso que hacía de enfermero y que salvó muchas vidas al abrir la puerta de la galería en llamas. El presidente Porfirio Lobo nunca firmó el indulto que le prometió.

Arce imaginaba un Tegucigalpa en blanco y negro en los tiempos muertos de los atascos. Las ilustraciones de Germán Andino pintan ese Tegucigalpa en este libro.

Bajo el título Misrata Calling (Libros del K.O.), Arce ya había relatado su experiencia en la Libia de la rebelión contra Gadafi. Se define como un “reportero al que le gusta el barro y la lava”. Es un duro, pero no sería un buen periodista si no tuviera corazón. Cada vez que alguien le autoriza a utilizar su nombre para denunciar una tropelía, se le queda mal cuerpo. “Si le pasase algo, me culparía. Su miedo es el mío”.

Honduras es ese país donde los políticos en campaña regalan ataúdes a los pobres. Pueden necesitarlos muy pronto.

En Honduras ocurren escenas como ésta: “Un borracho que da tumbos por la calle se detiene y descubre, sorprendido, que la Mona Lisa empuña una pistola de color rosa. Levanta las manos y comienza a hablar con ella como lo haría con un policía: ´Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada´

Black Lady

Anik Lapointe

Debemos a Anik Lapointe la publicación en castellano en el año 2014 de dos grandes novelas negras americanas: Galveston, de Nic Pizzolatto, y La entrega (The Drop), de Dennis Lehane. Lapointe ha jalonado con brillantez el nacimiento del sello Salamandra Black.

Galveston y La entrega tienen en común que están fantásticamente escritas y nos cuentan historias que transcurren en el Estados Unidos del white trash, la basura blanca.

Dennis Lehane es un veterano del género. Su Cualquier otro día (The Given Day) recreó el Boston posterior a la Primera Guerra Mundial con la veracidad y el aliento de Dos Passos en Manhattan Transfer.

La entrega es una obra breve y de gran pureza estilística. Su protagonista es Bob, el camarero de una taberna de un barrio obrero de Boston. La taberna es de su primo Marv, enfeudado a su vez a la mafia chechena que se ha adueñado de los bajos fondos de la ciudad. Bob rememora a un cliente desaparecido hace una década, adopta un perro, entabla amistad con una chica extraña, conoce a un policía hispano y le planta cara al amenazador Eric Deeds.

Lehane describe con sobria crudeza las calles del Boston obrero en el que nació. Sientes el frío, la nieve y el viento oscuro. Hueles la cerveza derramada, los orines en los muros y el hollín que lo envuelve todo. Ves y escuchas a la fauna de irlandeses, latinos y eslavos que puebla esas calles. La mayoría son perdedores, aquí sólo triunfan los tipos duros.

Pero el más duro no es siempre el que más aparenta serlo. La novela negra lo reitera desde los tiempos de sus padres fundadores.

Así son los diálogos de Lehane:
“-Eres un gilipollas, Marv.
Marv río entre dientes.
-Dime algo que no sepa.”

Aquí va otro:
“Anwar salió de la cámara frigorífica tirando de un bolsa de lona con ruedas.
-¿Ha cabido?
-Le hemos roto las piernas. Ha cabido bien.”

Nic Pizzolatto debuta en la novela con Galveston. También es el guionista de la serie televisiva True Detective.

La entrega está escrita en tercera persona, Galveston, en primera. Lo anuncian sus dos primeras frases: “Un médico me fotografió los pulmones. Estaban repletos de copos de nieve”. A Roy Cady le acaban de diagnosticar un cáncer.

Roy Cady, un texano que se gana la vida como matón en Nueva Orleans, descubre que, además, su jefe quiere matarle. Huye a través de los caminos costeros de Luisiana. Le acompaña Rocky, una puta joven y guapa.

Pizzolatto es un poeta del género negro: convierte la fuga del matón texano en una experiencia onírica. Galvestón es canónica y herética a la vez.

Pizzolatro sabe cómo describir paisajes: “Unas cuantas gaviotas permanecen posadas sobre los postes del final del muelle, con el pecho hinchado como diminutos presidentes. Algunos cangrejos violinistas corretean para alejarse de mis pies. Siento el lameteo sosegado y rítmico de la marea”.

También sabe cómo describir a la gente: “Sacaron pecho y me lanzaron miradas sesgadas como puñales. Se miraron y volvieron a clavar en mí sus ojitos fríos, tercos y negros como los de un pez. He conocido tipos así toda la vida, palurdos de pueblo sumidos en un resentimiento permanente. De niños maltratan animales pequeños y al hacerse mayores azotan a sus hijos con el cinturón y estrellan sus camionetas por conducir borrachos, a los cuarenta descubren a Jesús y empiezan a frecuentar la iglesia y a ir de putas”.

Anik Lapointe nos ha traído estas dos obras. Lapointe es una canadiense –québécoise por más señas- que lleva unas dos décadas en España. Dinamizó nuestro mundo editorial negro durante sus años en RBA. Vuelve a hacerlo con Salamandra Black.
En su entrevista con Javier Manzano en el Fiat Lux del pasado otoño, Lapointe contó que descubrió el género de muy joven, leyendo la Serie Noire de Gallimard. Gallimard había traducido al francés a los clásicos americanos, los Hammett, Chandler, Cain, McCoy, McDonald y compañía.

Los americanos inventaron el género; los franceses le pusieron el sello de gran literatura. Brindo por ti, Boris Vian.

Los americanos no tienen la exclusiva del género. Franceses, italianos, griegos, latinoamericanos, escandinavos, españoles y sudafricanos escriben estupendas novelas negras. Anik Lapointe promete que los incorporará a su colección.

De La entrega ya se ha hecho una película. La dirigió Michael R. Roskam y la interpretaron Tom Hardy, Noomi Rapace y, en el que sería su último papel, James Gandolfini. De Galveston se va a hace también una película.

Galveston te deja una terrible y deliciosa regusto de desolación. “Estamos todos locos, pero algunos más que otros”, dice Roy Cady en un momento dado.

La entrega confirma que también la mayoría de los blancos somos basura para el sistema.

El sistema puede especular incluso con la vieja iglesia católica del barrio. Dice el policía Torres: “La han vendido a la promotora Milligan. Harán pisos, Bob. Detrás de esa hermosa ventana habrá seglares que tomarán sus putos Starbucks y hablarán de su fe en el profesor de pilates”

El capitalismo del siglo XXI es tan salvaje como el Boston de Cualquier otro día. “A Bob”, escribe Lehane, “le parecía que cada centímetro del mundo estaba cubierto de arenas movedizas. No había nada a lo que agarrarse. No había un lugar seguro donde poner los pies”.