Acerca de Javier Valenzuela

Nacido en Granada en 1954, Javier Valenzuela, autor del blog Crónica Negra, es periodista y novelista. Tras trabajar 30 años en El País, donde fue cronista de sucesos en Madrid, corresponsal permanente en Beirut, Rabat, París y Washington, y director adjunto, fundó la revista mensual tintaLibre. Ha sido contertulio en los programas televisivos de Iñaki Gabilondo en CNN + y Pepa Bueno en TVE. Ha publicado 14 libros: 4 novelas negras ("La muerte tendrá que esperar", "Pólvora, tabaco y cuero", "Limones negros" y "Tangerina") y 9 periodísticos, entre ellos "Crónicas quinquis".

Dios sigue de vacaciones

Fallece Alexis Ravelo, un grande del género negro español

Alexis Ravelo, primero a la izquierda en la fila de arriba, junto a otros autores del festival VLC Negra 2015

JAVIER VALENZUELA, infoLibre, 30 de enero de 2023

No se cuidaba: él mismo se definía como “un escritor calvo que nació y aún sobrevive a régimen de cervezas y bocadillos de chopped en Las Palmas de Gran Canaria”. Y hace unos meses nos comunicó a sus amigos y lectores que tenía problemas de salud e iba a desaparecer de la escena pública durante una temporada. Pero de ahí a tener que registrar que Alexis Ravelo, probablemente el más grande escritor del género negro en español de su generación, ha fallecido a los 51 años, de un infarto de miocardio, media un abismo de asombro y dolor.

Esta mañana del lunes 30 de enero de 2023, fuentes del entorno del autor grancanario le confirmaron la noticia a la agencia EFE. Terrible e inesperada para los que le leíamos con admiración y le queríamos. Porque Alexis se hacía querer. Era un tipo muy cordial y divertido, la alegría de todos los festivales de autores, editores y lectores del noir español. Y era también un progresista, siempre indignándose con las tropelías de los poderosos, siempre defendiendo a la gente que las sufre. Lo era como ciudadano y lo era como escritor. Sus novelas negras no eran de esas que se van por las nubes de crímenes que rara vez se cometen en estos lares. Al contrario, hablaban de la corrupción, la especulación inmobiliaria, la destrucción de nuestras costas y montes en aras de una codicia insaciable.

Escribía muy bien, con un castellano sazonado de sabrosura insular, y sin tardar treinta páginas en describir cómo alguien sube una escalera. Era de la buena vieja escuela de Hammett, Chandler y James M. Cain, el heredero natural de los padres del género en España: Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín. Contaba sus historias a través de la acción y el diálogo, sin que jamás le sobraran palabras ni se escucharan voces interiores. Y aunque las grandes editoriales de bestsellers no le publicaran, quizá por demasiado franco y demasiado rojo, los puristas de nuestro nor —si así quieren llamarnos- le adorábamos.

A mí me ganó en la final del premio VLC Negra 2015 con su Las flores no sangran, y muy merecidamente. Y también cosechó el Ciudad de Getafe 2013 con La última tumba, el Dashiell Hammett 2014 con La estrategia del pequinés y el Café de Gijón 2021 con Los nombres prestados. El puñetero calvo era muy bueno.

Alexis, que publicaba en editoriales independientes y de calidad como Anroart, Siruela y Alrevés, fue autor asimismo de Los días de mercurio y la serie de Eladio Monroy, protagonizada por un exmarinero buscavidas, cínico y violento. Y escribió una de las mejores novelas contemporáneas sobre la Guerra Civil española: Los milagros prohibidos. En ella cuenta la desventura de la isla de la Palma en el verano de 1936, cuando, salvo ella, todo el archipiélago canario cayó en manos de los golpistas del general Franco. Y cuenta tal desventura a través de una maravillosa historia de amor. Alexis era tan bueno que, como García Márquez, te tiene en esa obra totalmente en vilo, línea a línea, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo, deseando un final feliz que ya te ha contado que es imposible.

De procedencia humilde —trabajó como camarero en su adolescencia y juventud y estudió Filosofía en la UNED—, Alexis era un autodidacta de la literatura y la cultura. Quería ser escritor y terminó siendo un gran escritor, aunque él se calificara de mero “escritorzuelo” o “escribidor”. Fue un profesional de la pluma, no paraba nunca. También escribió libros infantiles, relatos para adultos, guiones, obras teatrales y hasta el libreto de una ópera.

Alexis Ravelo era golfo e irreverente. Bromeaba diciendo que tenía la firme sospecha de que Dios siempre está de vacaciones. Cuando la gente de bien le necesita, el jodido todopoderoso nunca aparece. Pues sí, la propia muerte prematura del autor canario confirma tal sospecha.

Este obituario de urgencia en infoLibre

La Barcelona ‘noir’ de Alberto Valle

Javier Valenzuela, 8/11/2022

No soy original al decir que la novela negra no solo cuenta las historias más oscuras de sus personajes, sino también retrata la ciudad concreta donde se desarrollan. Hammett lo hizo con San Francisco, Chandler con Los Ángeles, Jean-Claude Izzo con Marsella, Leonardo Padura lo hace con La Habana… La novela negra es el género más realista para recorrer los callejones de la jungla urbana contemporánea.

Alberto Valle cuenta muy bien en Todos habían dejado de bailar (Roca Editorial, 2022) la Barcelona en blanco y negro de finales de los años 1950 y comienzos de los 1960. Una Barcelona mucho más en negro que en blanco, por supuesto, que esta es una obra como mandan los cánones del género: documentada y verosímil, cruda y dura, nocturna y pecadora.

 Valle bucea en los bajos fondos de aquella Barcelona derrotada, asustada y acanallada por el franquismo de hace seis décadas, aún muy lejana de la resurrección de las Olimpiadas de 1992. Es una urbe casi tercermundista repleta de marines estadounidenses sedientos de putas y drogas, de pícaros de tres al cuarto en busca de fácil ganapán, de policías tortuosos con bigotito fino, de empresarios acomodados que llevan a sus queridas a los meublés, de músicos pioneros del jazz mal vistos por casi todo quisque. Una Barcelona que huele más a orines y vómitos, a ajo y perejil fritos, que a rosas y jazmines, más a tabaco, grifa y alcohol que a Varón Dandy y Heno de Pravia.

 “Todos habían dejado de bailar” es una obra coral, no tiene un personaje protagonista. Alberto Valle pone en escena a un amplio elenco de buscavidas nacionales y americanos llamados Pilar, Francesc, Stephen, Jack, Jimmy, Iván, Patricia, El Patata, Jack… Todos ellos más o menos inspirados en los implicados en un suceso real que conmocionó a la ciudad en noviembre de 1962, el llamado crimen de los existencialistas. Y todos ellos perdedores de manual, gente que termina pagando caro su intento de ser feliz por su cuenta, al margen de los poderes. Los poderes legales de la Policía de la Vía Layetana y los fácticos de las mafias toleradas.

El autor barcelonés escribe con una prosa rica, vigorosa y bien ritmada, en la que quizá abunden demasiado las descripciones del narrador omnisciente en detrimento de las escenas con acción y diálogo directos. Consigue recrear con mucha solvencia los ambientes de aquel entonces de la Plaza Real, el barrio chino, los suburbios de los inmigrantes gallegos y andaluces, las semiclandestinas cavas de jazz como el Jamboree y el Blue Note… Aquellos ambientes que hicieron tan noir a Barcelona, tan atractiva para tipos como Jean Genet y tan fascinante en las novelas de Juan Marsé, Jordi Sierra i Fabra, Vázquez Montalbán, Andreu Martín y muchos otros.

Sus personajes son asimismo muy creíbles: la Pilar que aspira a vivir como una mujer libre en un tiempo es que eso era muy escandaloso, el Iván que busca en la gran ciudad la vía de escape de la miseria de su aldea gallega, el Jack que piensa que quizá a orillas del Mediterráneo pueda triunfar con el jazz…

Ganadora del Premio L´H Confidencial de 2022, la novela de Alberto Valle es tanto una lectura muy entretenida como una interesante aportación a la memoria de una ciudad que fue y sigue siendo uno de los mejores escenarios noir del planeta.

Los días de mercurio / Alexis Ravelo

Javier Valenzuela, 24/09/2022

Pedro, el protagonista de la última novela publicada de Alexis Ravelo, quiere conseguir dinero para escaparse de “este país de mierda, con sus uniformes grises, sus señoras con mantilla y rosario, sus cielos de mercurio en invierno y de fuego en verano”. Este país es una triste y pobretona España franquista que aún no ha terminado de salir de la posguerra, donde aún quedan unos cuantos maquis comunistas y anarquistas en algunas sierras y todavía no ha llegado el maná del desarrollismo. Pedro ha sido, precisamente, uno de esos últimos guerrilleros, pero ahora, absolutamente escéptico y amargado, ya solo pretende conseguir pasta y salir del país. A cualquier precio.

Los días de mercurio, Alexix Ravelo. Alrevés, 2022

Publicada ahora por Alrevés, Los días de mercurio ya había conocido una primera edición hace una década en la editorial canaria Anroart. Pero como aquella entrega tuvo poca difusión fuera del archipiélago, su autor ha decidido darle una nueva oportunidad con la casa barcelonesa, y ha hecho muy bien. La lectura de Los días de mercurio, de las de un tirón, confirma que, Ravelo era un inmenso escritor desde el primer momento, ya antes de esas obras casi perfectas que son La estrategia del pequinés, Las flores no sangran, Los milagros prohibidos y Los nombres prestados. En mi opinión, el mejor escritor del género negro español de lo que llevamos de siglo y uno de los mejores en todos los géneros de la actual literatura en la lengua de Cervantes.

Con su prosa, tersa y afilada como un bisturí, y su habilidad para mantener un ritmo trepidante, Ravelo te sumerge de inmediato en aquella España de los años 1940-1950 donde los derrotados rojos tenían que vivir sin levantar la cabeza, los homosexuales malvivían como ratas de alcantarilla y la violencia era el principal utensilio de las relaciones sociales. “Aquí”, dice Uribe, el cacique falangista de la anónima localidad peninsular donde se sitúa la acción, “no hay maricones. No hay maricones, ni comunistas ni anarquistas ni masones. Acabamos con todos en el 36. Y con los que no pudimos acabar, hicimos un paquete y les dimos una patada en el culo y los mandamos fuera”. Así de claro y directo.

Camuflado temporalmente como camarero de una taberna de esa localidad interior y provinciana, Pedro descubre un turbio secreto –“mientras exista un bar en este país, nada podrá mantenerse en secreto”- y decide sacarle todo el partido que pueda. Perdedor en mil batallas, sin el menor resto de la ética por la que tanto combatió, a Pedro le importa un comino que eso termine conduciéndole al chantaje y el asesinato. Cualquier bajeza es válida si le lleva a conseguir el dinero con que escapar a Francia con Pilar, su amante.

“Negar la existencia del horror contribuye a perpetuarlo”, escribe Ravelo en la antesala de esta novela, con la que quiso rendir un homenaje al James M. Cain de El cartero siempre llama dos veces y el Jim Thompson de 1.280 almas. Solo cabe añadir que lo consiguió. Su retrato de la España franquista de la posguerra está construido como debe hacerlo el auténtico noir: sin palabrería sociológica, a través de los diálogos y las acciones de los personajes.

 Personalmente, Ravelo es un tipo cálido y muy simpático, pero como escritor es un duro entre los duros. Dios siempre está de vacaciones en sus novelas. Pero en Los días del mercurio la ausencia de Dios ni tan siquiera es compensada por la presencia de algunos que otros hombres y mujeres valientes y honestos. En la localidad de provincias donde se ha escondido Pedro, todos los humanos, incluido él mismo, son mezquinos y crueles, empapados hasta el tuétano de la maldad de una época.

En un lugar solitario

EnUnLugarSolitarioEs tristemente habitual que las mujeres sientan miedo al caminar solas por las calles, los jardines o los parques tras la caída del sol: tienen muy presente la posibilidad de ser asaltadas por algún hombre. No conozco, en cambio, a ningún hombre –a ninguno- que sienta temor a ser agredido por una mujer en un lugar oscuro y solitario. Si los hombres tienen alguna aprensión relacionada con este escenario es por la posibilidad de que sus novias, esposas o hijas puedan sufrir allí algún encuentro funesto.

Hay una violencia específica de las que son víctimas las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Las mujeres pueden ser agredidas sexualmente por lobos solitarios o manadas de depredadores, las mujeres pueden recibir palizas brutales de sus parejas o ex parejas, las mujeres pueden ser asesinadas a la salida de un bar, una discoteca o al término de una fiesta popular por algún tipo de monstruo. Ha ocurrido durante siglos y sigue ocurriendo. Los que lo niegan son unos gilipollas, unos desalmados o, lo más probable, las dos cosas a la vez. Lo son por mucho que los hayan elegido concejales o diputados unos votantes tan gilipollas o desalmados como ellos. A Hitler también le votaron unos cuantos millones de alemanes.

 

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La escritora estadounidense Dorothy B. Hughes (1904 – 1993) ya abordó en 1947 la temática del asesino de mujeres que caminan solas por la noche urbana. Lo hizo en su novela En un lugar solitario  (In a Lonely Place), cuya traducción al castellano por Ramón de España acaba de publicar Gatopardo Ediciones.

La acción de En un lugar solitario se sitúa en Los Ángeles, justo al terminar la Segunda Guerra Mundial. Anda suelta en la metrópolis una bestia, un violador y estrangulador de mujeres jóvenes que regresan solas a sus casas en las primeras horas de la noche.

He aquí un fragmento de uno de los diálogos iniciales de la novela:
“—¿No tenéis ninguna pista? -preguntó Dix frunciendo el ceño.
—No tenemos gran cosa —reconoció Brub—. No hay pistas, nunca las hay; ni huellas dactilares ni huellas de zapatos. Dios, ¡nos conformaríamos con tan sólo una huella! —recuperó su tono monótono—. Hemos comprobado una y otra vez los movimientos de todos los agresores sexuales conocidos.
—¿Se trata de crímenes sexuales? —intervino Dix.
—En cierto modo —asintió Brub.

Sylvia emitió un leve gemido.”
Brub es el inspector de la Policía de Los Ángeles que investiga estos casos. Tiene miedo por Sylvia, lo tiene “porque era una mujer, porque era su mujer, y a las mujeres las acosaban de noche”.
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Más adelante, Maude, un personaje secundario femenino, expresa su convicción de que el asesino puede ser cualquiera de los varones que habitan Los Ángeles: “¿Cómo se supone que lo vamos a reconocer? Podría ser cualquiera. Yo le digo a Cary que igual es el tendero o el conductor del autobús o uno de esos espantosos atletas de playa. No lo sabemos. Ni la Policía lo sabe”. Brub, el inspector, no la desmiente: “Lo más probable es que se comporte como un ciudadano cualquiera. Y que acuda a su trabajo como todos nosotros. Es alguien que parece normal, que actúa con normalidad hasta que le entra el ansia de matar.”

El lobo solitario que caza brutalmente mujeres es una modalidad criminal muy de Los Ángeles. La novela de Hughes anticipó lo que luego serían los casos de La Dalia Negra, el del asesinato de la madre de James Ellroy y tantos otros cuyos autores quedaron impunes para siempre.  En la España actual tenemos lobos solitarios como el asesino de Diana Quer y también manadas como la de las fiestas de San Fermín de 2016. Escoria individual o grupal.

El asesino de En un lugar solitario odia, desea y teme a las mujeres. Como todos los de su especie. Este es uno de sus rebuznos: “No había ninguna chica por la que valiera la pena atormentarse. Todas eran iguales: infieles, mentirosas, putas. Hasta las que parecían más piadosas estaban a la espera de una oportunidad para traicionar, mentir y zorrear. Lo había comprobado una y otra vez. No había ni una mujer decente entre ellas; solo una y estaba muerta. Brucie estaba muerta”. Un clásico de esta gentuza.

Dorothy B. Hughes debutó en la escritura como periodista, fue autora entre 1940 y 1963 de una quincena de novelas negras y también ejerció de crítica de literatura policíaca para The Albuquerque Tribune. La tengo por una gran dama del período clásico de la novela negra estadounidense, una precursora de Patricia Highsmith. El personaje Dix Steele de En un lugar solitario anticipa el de Ripley: un frívolo y mentiroso compulsivo que se desenvuelve en un ambiente de clase alta tan ociosa como pija. Y la pluma de Hughes, como la de Highsmith, es ligera, fluida y elegante.

En 1950, tres años después de la publicación de En un lugar solitario, Nicholas Ray dirigió una película inspirada en esta novela e interpretada por Humphrey Bogart y Gloria Grahame. Ahora, ya entrado el siglo XXI, es esta una historia que lamentablemente sigue de actualidad.  Aunque haya descerebrados que pretendan negarlo, la violencia machista continúa aterrorizando a las mujeres y poblando de espanto los informativos.

Semana Negra de Gijón

 

José Ramón Alarcón, Javier Valenzuela, Mayda Bustamante, Miguel Rojo y Alberto Arce en la Semana Negra de Gijón 2019

A comienzos de este mes, participé en la Semana Negra de Gijón con mi novela Pólvora, tabaco y cuero (Huso, 2019). Jamás había estado allí, pero como creo que la vida puede ser larga y maravillosa si no tienes demasiada mala suerte, siempre intuí que llegaría el día en que me invitaran a este festival, el más antiguo y prestigioso del género negro en español.

Ya saben que no tengo demasiados pelos en la lengua, así que ni ante los periodistas que me entrevistaron en el Hotel Don Manuel ni ante el público que llenó la carpa en el recinto ferial, me corté a la hora de decir lo que pienso de nuestro noir. Es obvio que jamás ha producido tantas novelas y jamás ha tenido tantos lectores, pero, en mi opinión, la cantidad no se está traduciendo necesariamente en calidad.

Señalé en Gijón lo que me parecen dos vicios de buen número de las obras actuales. En primer lugar, el excesivo protagonismo de los representantes del Estado, sean policías, guardias civiles, mossos d´Escuadra, ertzainas o agentes municipales. El noir que me gusta es el de Hammett y Chandler, el de Vázquez Montalbán, Juan Madrid y Alexis Ravelo, el que tiene como héroes a individuos particulares –detectives privados, periodistas, abogados o profesores, gente como Sam Spade y Philip Marlowe, como Pepe Carvalho y Toni Romano-; a investigadores sin otros poderes que su tesón, su incorruptibilidad, su independencia de juicio y su odio a la injusticia. No a funcionarios que disponen de sueldo fijo y los inmensos recursos del Estado: armas de fuego, escuchas telefónicas y espionaje de Internet, laboratorios sofisticados, registros de domicilios y cuentas, protección de fiscales, jueces y medios de comunicación, miles de compañeros a los que recurrir…

La novela es lo que es: si a Cervantes se le hubiera ocurrido que su personaje fuera un alguacil de la Inquisición en vez del individualista don Alonso Quijano, probablemente nadie lo recordaría hoy. No tengo nada en contra de la novela de intriga policial a lo Georges Simenon –un escritor admirable-, pero, insisto, prefiero la auténtica novela negra, la que cuenta con realismo, espíritu crítico y actitud rebelde un lugar y un tiempo determinados.

La sobredosis de sangre y vísceras, la necesidad de matar a alguien en cada capítulo, la importación de temáticas foráneas como, por ejemplo, el asesino en serie que va por ahí destripando a inocentes, fue el otro vicio que denuncié en Gijón. En la España actual, dije, hay tumores muy tangibles que dan para mil y una novelas: la corrupción política, empresarial y financiera, la violencia sufrida por las mujeres, la desvergüenza de las cloacas del Estado, la manipulación de masas a través de los grandes medios impresos y audiovisuales… Evidentemente, abordarlos literariamente no te sitúa en buena posición para ganar un premio bien dotado económicamente.

La novela negra española debe ser más antisistema: así resumió El Comercio mis intervenciones en Gijón. No me parece un mal titular si entendemos por sistema el que te puede robar la casa si caes en paro y no tienes para pagar las letras de la hipoteca.

Este artículo fue publicado originalmente en mi columna La Dalia Negra en Cartelera Turia (Valencia) el 17 de julio de 2019.

Detective Hammett

Dashiell Hammett, el padre del género negro, pasó seis meses en la cárcel en 1951 por negarse a colaborar con la caza de rojos del siniestro senador Joseph McCarthy. La delación de amigos y compañeros no entraba en el código de honor del autor de Cosecha roja y La llave de cristal. Sin embargo, entre 1915 y 1922, Hammett había ganado sus primeros dólares trabajando como detective en la Agencia Pinkerton, contratada con frecuencia por empresarios estadounidenses para reventar huelgas a toda costa, incluidos el uso del secuestro de líderes sindicales, las palizas a obreros y el reclutamiento de pandilleros como esquiroles. Es muy posible que fuera precisamente esa experiencia lo que llevara a Hammett a sostener en el resto de su vida posiciones críticas con los de arriba y solidarias con los de abajo.

La historia de la represión del movimiento obrero en Estados Unidos –primero el anarquista, luego el comunista- es brutal. Arrancó con la ejecución de los Mártires de Chicago en 1886 –hecho que dio lugar a la celebración del 1 de Mayo como Día de los Trabajadores-, prosiguió con la de Saco y Vanzetti en 1927 y se prolongó tras la Segunda Guerra Mundial con las guerras sucias del FBI de Hoover y la caza de brujas de McCarthy. En ese contexto cabe situar la acción mamporrera de Pinkerton en los años en que Hammett trabajaba allí.

Hammett trasladado a prisión por negarse a delatar a comunistas.

Salvo algunas vagas alusiones del propio Hammett, su trabajo en Pinkerton está poco o nada documentado. Por eso, resulta tan interesante la publicación de Un detective llamado Dashiell Hammett (RBA, 2019), obra del periodista estadounidense Nathan Ward. Ward ha rastreado la pista del joven Hammett y, entre otras cosas, ha resucitado un trabajo en el mismo sentido efectuado en los años 1960-1970 por David Fechheimer, entonces un detective de Pinkerton en San Francisco.

El resultado de las pesquisas de Ward es que, efecto, Hammett fue un buen investigador privado y que aquella experiencia influyó de modo decisivo tanto en su visión rebelde del mundo como en su estilo literario (la maravillosa sequedad de su prosa se emparenta con la de los informes detectivescos).Tras dejar Pinkerton, Hammett se convirtió en escritor. Contó en sus novelas la violencia, la corrupción y la hipocresía del Estados Unidos que él se había pateado como sabueso de la agencia. Y creó personajes –el Agente de la Continental, Sam Spade, Nick Charles- que no eran exactamente él, pero que compartían su individualismo con conciencia social, su desprecio por los políticos golfos y sus amigos gánsteres, la atracción y repulsión que le provocaban al mismo tiempo mujeres fatales como la Brigid O’Shaughnessy de El halcón maltés.

Alto, delgado, elegante, impenitente fumador y bebedor, Hammett terminó convirtiéndose en una de las voces más insobornables de la izquierda estadounidense en el ecuador del siglo XX. Y lo pagó con la cárcel.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición del 31 de mayo de 2019 de Cartelera Turia (Valencia).

Dennis Lehane

 Maldito seas, Dennis Lehane; tu Después de la caída (Since We Fell, Black Salamandra) me tuvo tres noches seguidas despierto hasta el alba, como cuando era un adolescente que leía a Verne o Salgari. Te confieso que abordé la novela con poco entusiasmo: se presenta como un thriller psicológico y no es ese mi subgénero noir favorito. Pero de repente me di cuenta de que ya llevaba leídas casi doscientas páginas sin que me interesaran demasiado ni las peripecias sentimentales y profesionales de Rachel Childs ni sus neurosis de estadounidense de la clase media, pero sí que tuviera que reconocerte que habías vuelto a atraparme por lo bien que construyes y narras tus historias.

Y entonces, claro, llegó el giro, la sorpresa, el acelerón, y le siguieron las tres noches en blanco. Y cuando terminé, me acordé de lo mucho que me había gustado Cualquier otro día (The Given Day, RBA), y de cómo, hace unos años, la recomendaba como un gran relato de la represión del movimiento obrero en el Estados Unidos posterior a la Primera Guerra Mundial.

Me dirijo ahora a ustedes, los lectores de este artículo. Puede que algunos asocien el nombre de Dennis Lehane con películas como Mystic Rivero Shutter Island, dos de sus cinco novelas que han sido llevadas al cine, o con guiones de la serie televisiva The Wire. Dennis Lehane, es cierto, se ha convertido en uno de los más populares y comerciales autores noir de nuestro tiempo. Pero quizá no sepan que este tipo no solo inventa historias hipnotizantes, sino que además las escribe muy bien. Y esto último a mí me importa mucho más que el éxito de ventas.

El escritor de Massachusetts no intenta enganchar al lector con una sobredosis de sangre y vísceras como hacen tantos mediocres en estos tiempos; lo suyo es más sutil y verdadero. Yo le envidio por crear en Después de la caídauna notable tensión dramática desde el primer momento con personajes y situaciones aparentemente anodinos. Por describir tan bien el Estados Unidos de la fiebre consumista, el culto a la celebridad y el dinero como valores supremos, el falso humanismo de las cadenas de televisión, la importancia de las apariencias, las relaciones engañosas entre hombres y mujeres; ese Sueño Americano “tan frágil que probablemente había estado condenado al fracaso desde el momento de su concepción”. Y le envidio por esperar el momento oportuno, bien avanzado el relato, para levantar de veras el telón y decir: Voilá!

Después de la caída es una historia de actores, estafadores, timadores, impostores y profesionales de la mentira que te deja un regusto lírico, como otras obras de Dennis Lehane. Hasta consiguió terminar despertándome simpatía por la neurótica Rachel Childs. Eso sí, tan solo cuando ella decide dejar de ser espectadora, cronista o comentarista de la vida para convertirse en protagonista. Cuando se lía la manta a la cabeza y pasa a la acción.

Este artículo fue publicado originalmente en Turia el 1 de marzo de 2019

No son fiestas para gente dura

No es la Navidad un buen periodo para la gente dura. El género negro la evita en la medida de lo posible. Apenas una alusión de pasada en El largo adiós, de Raymond Chandler: “Las tiendas de Hollywood Boulevard ya empezaban a llenarse de sobrevaluada basura de Navidad, y los diarios impresos comenzaban a aullar lo terrible que sería si no hicieras tus compras de Navidad a tiempo”. Es evidente que Philip Marlowe no le tiene gran aprecio al desvarío comercial de estas fiestas y, cabe imaginarlo, tampoco al resto, a ese almíbar que se supone debe endulzar nuestras palabras y acciones en los días más cortos del año.

Dashiell Hammett ambienta en la Navidad de 1932 las aventuras neoyorquinas de Nick, Nora y su perro Asta de El hombre delgado. ¿Pero por qué los protagonistas de la novela están allí en vez de en San Francisco, su ciudad habitual? Aquí está la respuesta:

“Nora le estaba diciendo:
—… tenemos que irnos siempre en Navidad, porque lo que me queda de familia le da mucha importancia, y si estamos en casa, o bien vienen a vernos o bien tenemos nosotros que ir a verlos a ellos, y a Nick no le gusta.
Asta se estaba lamiendo las patas en un rincón.”

Si a Philip Marlowe no le entusiasma la Navidad, tampoco a Nick Charles.

La novela negra es el género realista del mundo urbano contemporáneo, sus mejores obras tratan de cómo los ricos se las apañan para robarnos y salir impunes. Pero la Navidad se nos impone como un paréntesis en el mundo real en el que todos debemos volver a creer en Papa Noel, los Reyes Magos… y hasta en la bondad de nuestros banqueros, empresarios y gobernantes. Aunque como recordara Berlanga en Plácido el banco pueda expropiarte el motocarro en plena Navidad si no pagas la correspondiente letra, y como contara Frank Capra en ¡Qué bello es vivir!, llevar tu pequeño negocio a la bancarrota fulminante sin la menor misericordia.

Da igual: la convención asumida mayoritariamente es que la Navidad implica una tregua de buenos sentimientos, en la que todos los de abajo debemos creer. La callosidad de la vida solo es admisible ahora si sirve para despertar lagrimitas y suscitar la caridad cristiana, el ponga a un pobre en su mesa promovido en Plácido por Ollas Cocinex. Ni tan siquiera cabe en este período el humor negro: fíjense en las protestas que ha suscitado el cartel de “Oh, Blanca Navidad” asociado en la madrileña Puerta del Sol a una serie televisiva sobre Pablo Escobar.

Viajar estos días a un país de raíz no cristiana puede ser una solución. En la noche del viernes de la semana pasada disfruté de una caminata por el tangerino Bulevar Pasteur sin las ñoñas guirlandas luminosas que ahora dominan las principales calles occidentales. Lo hice notar a los amigos españoles con los que paseaba y todos convenimos en que era estupendo. Seguro que Philip Marlowe y Nick Charles hubieran apreciado esa experiencia… y también las cervezas que luego tomamos en el Number One.

Publicado originalmente en Cartelera Turia el  23 de diciembre de 2016.

PS, 2018: La Navidad también está presente en el arranque de L. A. Confidential, de James Ellroy. En forma de la brutal paliza que un grupo de policías le propina en plena Nochebuena a unos mexicanos enjaulados en la Comisaría Central de Los Ángeles.

La Casa de la Ciénaga

Me gustan las novelas de espías; muchas tan solo porque me entretienen; algunas, como las de la gran tradición británica de Graham Greene y John Le Carré, porque pertenecen a esa ficción verosímil que cuenta cómo funciona el mundo mucho mejor que el siempre limitado periodismo. En concreto, este subgénero negro arroja luz sobre el funcionamiento de las cloacas de nuestros Estados. Hacen cosas horribles, sin duda, pero siempre, damas y caballeros, es por su seguridad, no les quepa la menor duda. ¡No se detengan, circulen!

Acabo de leer Caballos lentos, de Mick Herron (Black Salamandra, 2018), y, francamente, está muy bien. Herron se sitúa en la línea de Greene y Le Carré, pero a su manera, en la desnortada Inglaterra del siglo XXI y con una voz indudablemente propia. De arranque, el planteamiento de la novela es original: cuenta la existencia de la Casa de la Ciénaga, un departamento donde el servicio secreto de Su Majestad arrincona a los agentes que han cometido alguna pifia. Como dejarse olvidado un disco duro con información confidencial en un transporte público.

Sede de los servicios de inteligencia británicos en Vauxhall (Londres).

En la Casa de la Ciénaga manda un individuo gordo, sucio y desagradable llamado Jackson Lamb. Entre los que allí penan se encuentra el joven River Cartwright, que no está en absoluto convencido de haber cometido el error monumental que le atribuye la superioridad. Cartwirght, por cierto, es nieto de un jefazo del espionaje británico y así lo evoca en un momento dado: “Cuando cumplí doce años me regaló la obra completa de Le Carré. Aún recuerdo lo que me dijo de ella: “Todo es inventado. Pero eso no significa que no sea cierto”.

La vida de la Casa Ciénaga va a verse profundamente alterada cuando se produzca en Londres un secuestro, uno de esos sucesos que conmueven a las opiniones públicas y alegran a los grandes medios de comunicación. A partir de ahí Herron describe una Inglaterra de cielo húmedo y sucio como un trapo de cocina, una Inglaterra insegura de sí misma, donde la inmigración y los atentados yihadistas ponen viento en las alas de una ultraderecha nacionalista, antieuropea, islamófoba y muy paleta. Un país donde cada atentado justifica que las fuerzas policiales y los servicios de inteligencia sigan restringiendo libertades, violando privacidades y consiguiendo más poder y recursos. Y, bueno, si no hay atentados siempre pueden patrocinarse, ¿no?

“Al final todos los espías bajan al pozo y se prostituyen sigilosamente, cada uno por la moneda que prefiera”, sentencia Herron, de cuya prosa cabe destacar el uso de un tenue e inteligente sentido del humor muy propio de su pueblo. Por ejemplo, cuando cuenta que su país se está convirtiendo en ese Big Brother que anticipó el lúcido George Orwell. Escribe Herron: “La sociedad de Reino Unido debía de ser la más vigilada del mundo, pero solo cuando el dinero salía de los bolsillos del pueblo, mientras que las constructoras privadas solían preferir la opción más barata de instalar una cámara falsa”.

Desde Thatcher, Reino Unido es una de las vanguardias del neoliberalismo. Y ya sabemos en qué consiste eso: el dinero de los impuestos de las clases populares paga prácticamente toda la fiesta para que el de las empresas pueda descansar en paraísos fiscales. De modo que, si es menester, la constructora tan solo instalará cartelitos y cámaras de juguete en la urbanización privada que planea vender a precio de palacio de Xanadú.

El neoliberalismo ha convertido el planeta en una ciénaga.

PS. Una versión anterior de este artículo fue publicada en Cartelera Turia (Valencia) el 26 de Octubre de 2018.

 

Embusteros

El reino

El reino

Lo malo de soltar una mentira es que, para intentar justificarla, puedes verte empujado a otra más grande, luego a una tercera ya bastante gruesa y así sucesivamente, hasta terminar construyendo una gigantesca farsa. Es lo que le pasó a Jean-Claude Romand, el falso médico francés que vivió durante veinte años de los embustes y, cuando intuyó que estos ya no eran sostenibles, mató a su esposa, sus hijos, sus padres y hasta al perro de la familia. De su peripecia, Emmanuel Carrère hizo un libro, El adversario, en el que reverdeció el género de literatura negra de no ficción asociado a Truman Capote y su A sangre fría. La historia inspiró también dos películas: una francesa homónima y la española La vida de nadie.

 

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Jean-Claude Romand

A finales del pasado verano, Romand solicitó la libertad provisional tras 22 años entre rejas. Fue condenado a cadena perpetua en 1996, pero la legislación francesa permite la posibilidad de revisarla al cabo de un tiempo mínimo, siempre y cuando el reo haya tenido un buen comportamiento en prisión. Romand lo ha tenido, al parecer. Salvo por aquella matanza , es un tipo tranquilo.

Los psiquiatras llevan años dándole vueltas a las razones que llevaron Romand a exterminar a su familia. Muy probablemente fue para no tener que pasar la vergüenza de que los suyos conocieran que ni era una estrella de la Medicina ni nada de nada. Los psiquiatras coinciden en que su personalidad es extremadamente narcisista y mitómana. Su carrera de embustes debutó cuando, siendo estudiante de Medicina, se peló un examen y no se atrevió a confesárselo a sus padres. Les dijo que lo había aprobado. Así comenzó la construcción de un personaje más falso que un euro de madera.

 

El adversario

El adversario

Escribe Carrère en El adversario: “De regreso en mi coche hacia París, yo no veía ya misterio alguno en la larga impostura de Jean-Claude, sino tan solo una pobre mezcla de ceguera, aflicción y cobardía”. Me acuerdo de esta frase en el comienzo de este curso 2018-2019 cada vez que veo en la tele a políticos españoles sorprendidos en flagrantes mentiras. Yo hice el máster, dice uno, aunque las pruebas de que no lo hizo son apabullantes. No tengo cuentas en paraísos fiscales, suelta otro, pese a que por Internet circulan los extractos correspondientes. Jamás vi  al comisario Villarejo, afirma una ministra, obviando la grabación de un encuentro de varias horas. No sé qué hacían los de la Gurtel en la boda de mi hija, gruñe Aznar en el Parlamento. Ya no hay día sin su trola.

Nuestros políticos confían en que España, a diferencia de los países de raíz protestante, es benevolente con la mentira. Se la considera un pecado venial en el peor de los casos. De modo que, incluso si son descubiertos, pagan una penitencia escasa. Esta amplia impunidad les da alas para navegar por un mundo imaginario, en el que ellos son ejemplares servidores públicos, el régimen del 78 es inmejorable, los Borbones son lo mejor que nos podía haber pasado y el planeta entero envidia nuestra economía. Se creen tanto sus cuentos que el otro día la mismísima Cristina Cifuentes –toda ella falsedad, toda ella narcisismo y mitomanía- asistía tan contenta –cual si fuera la inocencia personificada- al preestreno de El Reino, una buena película sobre la corrupción política española. Vivir para ver.

Este artículo fue publicado en mi columna La Dalia Negra en la edición del 5 de octubre de 2018 de Cartelera Turia (Valencia).