Semana Negra de Gijón

 

José Ramón Alarcón, Javier Valenzuela, Mayda Bustamante, Miguel Rojo y Alberto Arce en la Semana Negra de Gijón 2019

A comienzos de este mes, participé en la Semana Negra de Gijón con mi novela Pólvora, tabaco y cuero (Huso, 2019). Jamás había estado allí, pero como creo que la vida puede ser larga y maravillosa si no tienes demasiada mala suerte, siempre intuí que llegaría el día en que me invitaran a este festival, el más antiguo y prestigioso del género negro en español.

Ya saben que no tengo demasiados pelos en la lengua, así que ni ante los periodistas que me entrevistaron en el Hotel Don Manuel ni ante el público que llenó la carpa en el recinto ferial, me corté a la hora de decir lo que pienso de nuestro noir. Es obvio que jamás ha producido tantas novelas y jamás ha tenido tantos lectores, pero, en mi opinión, la cantidad no se está traduciendo necesariamente en calidad.

Señalé en Gijón lo que me parecen dos vicios de buen número de las obras actuales. En primer lugar, el excesivo protagonismo de los representantes del Estado, sean policías, guardias civiles, mossos d´Escuadra, ertzainas o agentes municipales. El noir que me gusta es el de Hammett y Chandler, el de Vázquez Montalbán, Juan Madrid y Alexis Ravelo, el que tiene como héroes a individuos particulares –detectives privados, periodistas, abogados o profesores, gente como Sam Spade y Philip Marlowe, como Pepe Carvalho y Toni Romano-; a investigadores sin otros poderes que su tesón, su incorruptibilidad, su independencia de juicio y su odio a la injusticia. No a funcionarios que disponen de sueldo fijo y los inmensos recursos del Estado: armas de fuego, escuchas telefónicas y espionaje de Internet, laboratorios sofisticados, registros de domicilios y cuentas, protección de fiscales, jueces y medios de comunicación, miles de compañeros a los que recurrir…

La novela es lo que es: si a Cervantes se le hubiera ocurrido que su personaje fuera un alguacil de la Inquisición en vez del individualista don Alonso Quijano, probablemente nadie lo recordaría hoy. No tengo nada en contra de la novela de intriga policial a lo Georges Simenon –un escritor admirable-, pero, insisto, prefiero la auténtica novela negra, la que cuenta con realismo, espíritu crítico y actitud rebelde un lugar y un tiempo determinados.

La sobredosis de sangre y vísceras, la necesidad de matar a alguien en cada capítulo, la importación de temáticas foráneas como, por ejemplo, el asesino en serie que va por ahí destripando a inocentes, fue el otro vicio que denuncié en Gijón. En la España actual, dije, hay tumores muy tangibles que dan para mil y una novelas: la corrupción política, empresarial y financiera, la violencia sufrida por las mujeres, la desvergüenza de las cloacas del Estado, la manipulación de masas a través de los grandes medios impresos y audiovisuales… Evidentemente, abordarlos literariamente no te sitúa en buena posición para ganar un premio bien dotado económicamente.

La novela negra española debe ser más antisistema: así resumió El Comercio mis intervenciones en Gijón. No me parece un mal titular si entendemos por sistema el que te puede robar la casa si caes en paro y no tienes para pagar las letras de la hipoteca.

Este artículo fue publicado originalmente en mi columna La Dalia Negra en Cartelera Turia (Valencia) el 17 de julio de 2019.

Black & Noir inventa el folletín negro digital

El género negro nació en Black Mask y otras revistas populares norteamericanas de las décadas de 1920 y 1930. Eran baratas porque, entre otras cosas, estaban hechas con papel de baja calidad (pulp). Eran muy leídas porque contaban de modo entretenido historias verosímiles del lado oscuro de la lucha por el dólar. Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Erle Stanley Gardner y otros pioneros debutaron en Black Mask. La revista les publicaba relatos cortos y también sus primeras novelas en forma de entregas semanales.

Los pulp fueran la cuna de la novela noir, hard boiled, criminal o como quiera usted llamar al género que no considera que lo esencial es la resolución de un misterio, sino el retrato de un ambiente social. Pero los pulp no inventaron la fórmula de la novela por entregas. Esta ya había hecho muy popular y comercial al realismo literario del siglo XIX. En Francia la practicaron Balzac, Flaubert, Eugène Sue y Victor Hugo. Fuera, Dostoievski, Stevenson y Pérez Galdós. A las novelas por entregas se les llamó folletines en castellano.

¿Y si en vez de papel barato se usara hoy el soporte digital y el teléfono móvil? Esta es la idea que tuvo hace un año Javier Manzano, uno de los fundadores de la revista Fiat Lux. Se dijo: «Si en los móviles es donde más se lee y se escribe ahora, vamos a llevar la literatura a ese medio”. Acaba de materializar su idea con el nacimiento de Black & Noir.

Con Black Mask ibas al quiosco a comprarte la revista. Con Black & Noir vas descargando novelas por capítulos en tu iPhone o dispositivo Android, y las vas leyendo allí. El tamaño y la calidad de sus pantallas convierten ya a los móviles en aceptables bibliotecas.

Como Manzano desea dejar claro que su propuesta está pensada para un mundo que va más allá de Gutemberg, cada novela va acompañada de extras digitales: documentos de audio y video con entrevistas a los autores, la banda sonora de sus novelas, sus lugares favoritos, sus filias y fobias, sus técnicas de escritura…

Black & Noir ha arrancado con cuatro novelas escritas específicamente para esta aventura por otros cuatro autores negros españoles.

Paco Gómez Escribano

Paco Gómez Escribano relata en #MadridPrisión la investigación detectivesca de un individuo llamado El Poeta en los barrios periféricos de un Madrid postapocalíptico. Un tiempo en el que “el acto más subversivo que se podía cometer era leer.

Rosa Ribas propone Emma, la historia de una escritora de género negro que ha sufrido un ictus. Así arranca esta novela: “No te fíes de nadie, Emma. Ni siquiera de ti misma”.

Rosa Ribas

“Mis alumnos tienen tres manos: la derecha, la izquierda y el móvil. No queda más remedio que meter la literatura en el móvil”. Lo dice en una entrevista David Llorente para explicar por qué aceptó la propuesta de Manzano y escribió Príncipe de Dinamarca.

Completa el póker inicial Manuel Barea con Vieja entrepierna humeante, las andanzas de un sicario por la Andalucía de 1984. Una historia con la que, dice, inventa el pulp castizo.

Black & Noir, por su parte, acaba de inventar el folletín negro en soporte digital.

El gato de Marlowe

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Patricia Highsmith en Tegna, cerca de Locarno, fotografiada en 1985 por Ricardo Martín. Copyright: Ricardo Martín

Patricia Highsmith solía decir que la mejor compañía –la única, en realidad- de la que puede disfrutar un escritor es un gato. En 1985 mi amigo Ricardo Martín fotografió a Highsmith para El País Semanal en la casa próxima a Locarno donde vivía la creadora del personaje Tom Ripley. Ricardo cuenta que los gatos –los que había tenido y se habían muerto y los que tenía en aquel momento- eran el tema que más grato le resultaba, aquél en el que podías sentir que abandonaba las muchas suspicacias con las que iba por la vida.
He estado escribiendo este verano los primeros capítulos de mi segunda novela en una casa de la Alpujarra granadina y el gato Xisto ha sido mi único acompañante. A los pocos días de iniciar la experiencia, me di cuenta de que Highsmith tenía razón. Xisto no me daba la tabarra durante las horas que yo pasaba frente al ordenador: bebía o comía en sus cuencos cuando lo necesitaba; no me exigía que le sacara a pasear porque hacía sus necesidades con pulcritud en el lecho de piedrecillas; oteaba a los pájaros desde las ventanas, exploraba los armarios o sesteaba en el rincón más fresco de la casa según sus apetencias y siempre silenciosamente. Yo le agradecía esa casi invisibilidad: escribir es un trabajo que exige toda la concentración que puedas reunir. Y nadie, por bienintencionado que sea, puede ayudarte en realidad a encontrar la letra y la música de la historia que pretendes contar.

Xisto en Bubion Agosto 2015

Xisto, fotografiado por Javier Valenzuela en agosto de 2015

Pero cuando bajaba la tapa del portátil y me levantaba de la silla con un crujido en la espalda y un suspiro dolorido en los labios, Xisto no tardaba en hacerse presente, como diciendo que él había estado todo el rato por allí, respetando, eso sí, mi trabajo, pero que ahora, si me apetecía, podía acariciarle o jugar un rato al escondite con él. Sólo un rato, por supuesto; lo suficiente para que desentumeciéramos las neuronas y los músculos.

 

Xisto fue un duencillo protector durante esas semanas que pasé construyendo los pilares de una nueva entrega de las aventuras del profesor Sepúlveda en Tánger. Él debía pensar que yo estaba chalado porque, en vez de disfrutar del maravilloso verano alpujarreño, me encerraba horas y horas en un cuarto frente a una pantalla luminosa. Pero, a diferencia de lo que hubiera hecho un perro, jamás me apremió a que lo dejara y saliera a la calle.

Los gatos tienen una excelente relación con la serie negra. No tan intensa como la que sostienen con la literatura de magia, pero casi. Desde Pluto, aquel gato negro emparedado por el personaje del cuento de Edgar Allan Poe, hasta Pickles, el pícaro felino que contribuye a la eliminación de la banda de ladrones dirigida por Tom Hanks en la película The Ladykillers de los hermanos Coen, pasando por el que saca de quicio al terrier Asta en Another Thin Man, la película de 1939 basada en los personajes de la novela de Dashiell Hammett.

En 1973 Robert Altman dirigió una estupenda versión cinematográfica de El largo adiós, de Raymond Chandler. En su primera escena el detective Philip Marlowe, interpretado por Elliot Gould, es despertado por su hambriento gato leonado. Marlowe, que dormía vestido y, sin duda, muy bebido, enciende automáticamente un cigarrillo y busca en la cocina algo que darle de comer. No lo encuentra y termina preparando un plato con unos restos de algo blancuzco a los que añade un huevo, revolviendo el conjunto con su dedo índice. Al gato no le gusta el potingue y Marlowe le reprocha que no sepa buscarse la vida como los tigres de India.

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El gato hambriento de Marlowe en la película «El largo adiós» de Robert Altman (1973)

Pero el detective privado termina saliendo a las tres de la madrugada en busca de un supermercado que venda latas de comida para gatos. Y esa larga escena, de diez minutos de duración, le permite a Robert Altman presentar su propia versión de Marlowe, bebedor, desordenado, ligón, simpático y tierno. Una versión que no es exactamente la canónica.

Durante las semanas que pasé con Xisto, tuve la precaución de mantener siempre abastecido su cuenco de comida para que no me ocurriera lo mismo que al Marlowe de Altman. Aún así al jodido había veces que no le gustaba lo que le ponía.

Editores de rapiña

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«The Yellow Press», por H. D. Spalding, 1959

Raymond Chandler creó el personaje del detective privado Philip Marlowe como un arquetipo del caballero andante contemporáneo. Marlowe, por supuesto, era mucho menos iluso que los desfacedores de entuertos medievales, no en vano vivía en una gran ciudad, Los Ángeles, y en plena expansión del capitalismo, mediados del siglo XX. Él no comulgaba con ruedas de molino tales como Dios, Patria y Rey, e incluso tenía serias, y casi siempre finalmente justificadas, dudas sobre la completa inocencia de las damiselas en apuros.

Marlowe sabía que el muro que separa el lado limpio y el lado sucio de la lucha por el dólar es tan delgado como el papel de fumar. Al igual que lo es el que separa el glamour del crimen.

Y sin embargo, el personaje de Chandler actuaba conforme a sus principios, por minoritarios que fueran; libraba las batallas que creía que debía librar, por perdedoras que se anunciaran, y, en su relación con la gente, prefería a aquella que es mejor que otra.

En El largo adiós, Marlowe simpatiza con un periodista, Lonnie Morgan, que trabaja para el imaginario Journal, el último diario más o menos independiente que queda en Los Ángeles. Morgan es el único que espera al detective cuando sale de pasar varios días en comisaría, y, aunque sabe que no va a sonsacarle la menor información, se toma la molestia de llevarlo en coche a casa. Más adelante, Marlowe confiará en Morgan para filtrarle un documento policial explosivo, y éste y su director, otro periodista de raza, tendrán lo que hay que tener en este oficio para publicarlo por mucho que fastidie a los amos de la ciudad.

En esa novela, Marlowe se las tiene que ver asimismo con Harlan Potter, un multimillonario que es dueño de un montón de periódicos y uno de los amos de la ciudad. Lo mejor que Marlowe puede decir de Potter es que no tiene el menor remordimiento a la hora de usar sus diarios y sus influencias para ocultar aquellas informaciones que le desagradan y para aplastar a los que se entrometen en su camino.

William Randolph Hearst, 1863-1951

Inspirado en buena medida en la figura de William Randolph Hearst (Citizen Kane), el personaje del editor de diarios -manifiestamente amarillos o supuestamente serios- que gana dinero a espuertas y teje una tupida trama de cuello blanco con políticos, jueces, empresarios y banqueros, es un habitual de la novela y el cine estadounidenses de la época clásica del thriller

Seis o siete décadas después, la distinción que, a través de Marlowe, hace Chandler en El largo adiós entre los periodistas y los dueños de los periódicos, entre los profesionales de la información y los negocios mediáticos, es aún más notoria. La figura puente del burgués ilustrado que editaba un diario local ha sido barrida por empresas multinacionales y multimedia dedicadas a la maximización de compadreos y beneficios en el menor plazo posible.

A los editores de rapiña el periodismo les importa un rábano; el futuro del periodismo está en los periodistas… y en los ciudadanos.

En un momento dado de El largo adiós, el reportero Morgan le explica a Marlowe: “Los periódicos son propiedad de gente rica, y todos los ricos pertenecen al mismo club. Sí, claro, hay competencia, una dura competencia, por la difusión, por noticias potentes, por historias en exclusiva. Pero siempre y cuando ello no dañe el prestigio y la posición de los propietarios. Si lo hace, entonces es cuando aparece la tapadera”.

La que aquí se inicia es la segunda temporada del blog Crónica negra, de Javier Valenzuela. La primera se desarrolló en el diario El País entre el 22 de noviembre de 2011 y el 12 de noviembre de 2012. Este es el enlace a Crónica negra en El País.