
Sciascia
En un almuerzo en el Quirinal, en 1982, Leonardo Sciascia le soltó a Sandro Pertini: “La plaga de la mafia siciliana no podrá vencerse más que mediante un riguroso control bancario, y de esto, señor presidente, sólo usted puede convencer al Gobierno”. Aquel comentario del escritor le amargó el almuerzo al viejo Pertini. El presidente de la República Italiana sabía que Sciascia tenía razón, y también sabía que, por mucho que se insistiera, nadie en el gobierno iba a tener el valor de enfrentarse a la banca.
Recogida en el prólogo de Para una memoria futura, la anécdota del Quirinal no puede estar más de actualidad: las mafias de todo tipo, la corrupción política que mina la confianza ciudadana en las instituciones democráticas y el fraude fiscal generalizado de las grandes fortunas y empresas sólo pueden combatirse con “un riguroso control bancario”. En Italia, España y todas partes. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?
(Tusquets, junio de 2013) recoge algunos de los artículos que Sciascia publicó en diarios y revistas italianos en la década de los 1980. Un denominador común en todos ellos es la oposición del periodista y escritor siciliano a cualquier manifestación abusiva del poder. Sciascia denunciaba incansablemente a la mafia, pero también a las Brigadas Rojas (fue de los primeros intelectuales progresistas italianos en sostener que “el terrorismo rojo era rojo, y no negro camuflado de rojo, como muchos se empeñaban en creer”). Y con la misma energía criticaba los excesos represivos de la policía y la magistratura.
Sciascia se oponía a que la mafia y el terrorismo fueran combatidos con “la represión violenta e indiscriminada” y con “la abolición de los derechos de los individuos”. Le espantaba el que un inocente fuera a prisión. Una vez escribió que, a fin de reducir sus abusos, sería buena cosa que “a los jueces, antes de entrar en funciones, se les encerrara en la cárcel por lo menos tres días”. Quizá así no enviaran con tanta alegría a gente de las clases humildes a pasar temporadas entre rejas. La tortura -del inocente o del culpable; ante la mafia, el terrorismo o lo que fuera- le parecía siempre inaceptable en un Estado democrático. «Un delito de esta magnitud perpetrado dentro de las instituciones es incomparablemente más grave que cualquier delito cometido fuera«, escribió en L´Expresso el 28 de agosto de 1988.

El general Dalla Chiesa, asesinado por la mafia en Palermo en 1982
Contaba Sciascia que la mafia siciliana había sido en su origen una asociación criminal con ánimo de lucro que se interponía parasitaria y violentamente entre el ciudadano y el Estado (no era una rebelión contra el Estado, sino una reproducción grotesca del Estado). Pero con el tiempo, la Honorata Società había ido infiltrándose en el mismísimo Estado italiano, formando parte de él. Sobre la corrupción política y empresarial que asola crónicamente Italia, Sciascia escribió, con ocasión del caso Calvi, que lo que más le llamaba la atención -tal vez el origen del problema- era “el hecho de que personas absolutamente mediocres ocupen altos cargos de empresas públicas y privadas”.
Desde que en 1962 publicara El día de la lechuza, Sciascia fue uno de los grandes autores de novela negra mediterránea. Pero, a diferencia de lo habitual, los investigadores de sus novelas terminaban fracasando. Gran lector de El Quijote, España fue otra de sus grandes pasiones. En 1984, Juan Arias, entonces corresponsal de El País en Roma, le propuso que definiera brevemente España, y ésta fue la respuesta: «Una nación más pasional que cultural, con muchas semejanzas y desemejanzas con Italia. Las semejanzas son en lo peor. Las diferencias, en lo mejor». La España que más le gustaba, decía, era la antifascista y republicana, “la de las utopías y las derrotas”.
Sciascia terminó convirtiéndose en la “conciencia crítica” de Italia. Simpatizó muchos años con el Partido Comunista, pero jamás calló sus críticas a esa organización y a la Unión Soviética, hasta que terminó distanciándose de ese mundo y acercándose al Partido Radical de Marco Pannella. Siempre antepuso la razón -base, opinaba, de la moral- a cualquier otra cosa.
En uno de sus últimos artículos publicados -en La Stampa el 6 de agosto de 1988, también recogido en Para una memoria futura– el periodista y escritor siciliano se autorretrató así: “Yo he tenido que vérmelas, en los últimos treinta años, primero con quienes no creían o no querían creer en la existencia de la mafia, y ahora con quienes no ven más que mafia. Se me ha acusado de denigrar a Sicilia y de defenderla demasiado; los físicos me han acusado de vilipendiar la ciencia, los comunistas de haber bromeado sobre Stalin, los clericales de ser un descreído, etcétera. No soy infalible, pero creo que he dicho algunas verdades irrefutables. Tengo sesenta y siete años, tengo muchas cosas que reprocharme y de las que arrepentirme; pero ninguna que tenga que ver con la perfidia, la vanidad y los intereses particulares. No tengo, lo reconozco, el don de la oportunidad y de la prudencia. Pero uno es como es.”