Irak y Guantánamo, misiones incumplidas

Es una evidencia universal que Barack Obama es mucho más inteligente que su predecesor, George W. Bush, el papanatas que, hace diez años, tal día como hoy, el primero del mes de mayo, se exhibió a bordo del USS Abraham Lincoln para pregonar triunfalmente que Estados Unidos había ganado la guerra de Irak, y, en consecuencia, el mundo iba a ser mejor a partir de entonces. Bush había llegado al portaviones disfrazado de piloto de combate y, luego, ya de civil, largó su penoso discurso televisado. Mission accomplished, misión cumplida, rezaba la pancarta con los colores de la bandera estadounidense que tenía detrás.

      Como no pocos predijeron entonces, aquella guerra no había hecho más que empezar. Continuaría algunos años más dejando la reputación internacional de Estados Unidos por los suelos y, lo que es peor, cientos de miles de muertos y un Irak dividido sectariamente, gobernado por la corrupción, violento a más no poder y empobrecido hasta dar pena. En cuanto al mundo, no tardaría en sumergirse en la más pavorosa crisis económica desde el crash de 1929.

    En vísperas del décimo aniversario de esa gilipollez, Obama ha declarado, el 30 de abril, que sigue deseando cerrar Guantánamo. Es una de las promesas de su campaña electoral de 2008 que no ha podido cumplir. Los republicanos del Congreso de Estados Unidos llevan más de cuatro años torpedeando sus, por lo demás, tímidos intentos por clausurar una de las páginas más ominosas de la historia contemporánea norteamericana.

    En Guantánamo siguen enjauladas 166 personas. Llevan allí años sin haber sido acusadas formalmente del más mínimo delito ante un juez. Sus captores afirman que son yihadistas peligrosísimos, pero eso, en un Estado de derecho, es algo que no decide el poder ejecutivo sino el judicial.,

    La declaración de buenas intenciones de Obama del 30 de abril se produce cuando la mayoría de los cautivos del producto estrella del Gulag neocon –entre 100 y 130- están en huelga de hambre desde hace semanas, y una veintena de ellos son mantenidos en vida a través de sondas nasales. “No quiero que esas personas mueran”, ha dicho Obama.

    Con la ayuda de sus amiguetes Blair y Aznar, Bush invadió Irak saltándose a la torera la legalidad internacional y pretextando mentiras descomunales. Pero el tiro le salió por la culata. La guerra de Irak reveló ante la faz del mundo las limitaciones de la potencia militar estadounidense, terminó convirtiéndose en un nuevo Vietnam, en la enésima demostración de que los pueblos tienen tendencia a alzarse contra los invasores por mucho que estos pretendan actuar con el fin de llevarles el progreso. El Mission accomplished del 1 de mayo de 2003  tardó poco en convertirse en un sarcasmo, en ridiculizar a Bush y sus neocon.

      Obama jamás ha proclamado que ha cumplido su misión en lo relativo a Guantánamo. No es tonto como Bush y sabe que no, que de eso nada. Así que ha invitado a los congresistas y al pueblo norteamericano a reflexionar de nuevo sobre ese presidio, precisando que, por su parte, él sigue deseando cerrarlo.

      Situado en una base militar estadounidense en la isla de Cuba, el presidio de Guantánamo fue creado por el Gobierno de Bush tras los atentados yihadistas del 11-S. Desde su apertura, en 2002, han pasado por allí unas 800 personas capturadas por los militares o los espías estadounidenses en diversos lugares del planeta, en muchas ocasiones por el procedimiento del secuestro. Solo 9 de los capturados han sido presentados ante una autoridad judicial. Enrejados, encadenados, amordazados, torturados y con sus tristemente célebres monos de color naranja, el resto ha vivido, y sigue viviendo, en un limbo legal, en un espacio donde no se aplica ningún derecho, ni el nacional ni el internacional.

     Guantánamo se inserta en el universo de pesadilla inquisitorial anunciado en El proceso, de Kafka, el mismo al que pertenecieron los campos nazis y estalinistas.

Sexo y yihad en Malí

 

“Malko miró el horizonte desértico que se extendía ante ellos: de allí, cual jinetes del Apocalipsis, podían surgir las hordas islamistas en cualquier momento. Su misión naufragaba”.

Gérard de Villiers escribe estas líneas en la última entrega de S.A.S., su longeva serie de novelas de espionaje protagonizada por Malko Linge, un trotamundos austríaco al servicio de la CIA. Publicada en octubre de 2012, esa última entrega se titula Panique à Bamako, y lleva este subtítulo: Qui stoppera les Islamistes en route pour Bamako?

Ahora sabemos que François Hollande es la respuesta a tal pregunta. Los soldadosfranceses enviados a Malí por Hollande han detenido a los envalentonados yihadistas en ruta hacia Bamako y los han desalojado de Tombuctú y Gao, enviándolos de nuevo a las arenas del Sáhara. Desde ahí seguirán dando guerra, sin duda.

Soy lector de Gérard de Villiers desde mis tiempos de Beirut, a mediados de los años 1980, pero nunca lo he confesado por escrito. Si lo hago ahora es porque The New York Times, en un largo artículo de su suplemento semanal,  The Spy Novelist Who Knows Too Much, ha desvelado la principal razón por la que unos cuantos periodistas, diplomáticos y espías del planeta leemos en secreto a De Villiers desde hace décadas. Sus novelas, señala Robert F. Worth, el autor del artículo, siempre están basadas en el conflicto internacional más candente del momento, y contienen una cantidad extraordinaria de información tanto sobre los actores e intereses en juego como sobre los usos y costumbres de la zona donde se desarrollan.

De Villiers

De Villiers, un parisiense de 83 años, tiene muchísimos otros lectores (se calcula que las novelas de la serie S.A.S.han vendido unos 100 millones de ejemplares en todo el mundo). Supongo que la mayoría son varones porque este pulp-fictionfrancés está asimismo repleto de sexo y violencia hasta niveles pornográficos. No seré yo quien discuta que De Villiers es machista y colonialista,  clasista y derechista, de todo punto “políticamente incorrecto”. También es cierto que la calidad de sus textos no le llega a la suela de los zapatos a John Le Carré y que en glamour están muy por debajo de Ian Fleming. Y sin embargo…

   Desde marzo de 1965, fecha de la aparición de S.A.S. en Estambul, De Villiers ha escrito cada año cuatro o cinco entregas de la seria protagonizada por Malko Linge, y ahora está ultimando la número 197. Su punto fuerte es el trabajo de campo. Recoge información sobre el terreno como un reportero de la vieja escuela, y le añade una buena dosis de información confidencial que obtiene de sus muchos amigos espías, gente de la CIA, la DGSE, el Mosad y otros servicios.

De Villiers es muy bueno para sintetizar enrevesadas situaciones políticas y bélicas, de modo que no es inútil que el reportero enviado a Pekín, Caracas, Moscú, Jerusalén, Johannesburgo o Beirut se lleve el libro correspondiente de la serie S.A.S. junto con la documentación ortodoxa.

    Por ejemplo, Panique à Bamako retrata muy bien la atmósfera de una capital de Malí donde no manda nadie y sobre la que en cualquier momento pueden caer los yihadistas cual plaga de langostas.

Aparece el capitán Sanogo, el jefecillo de la junta militar que, en marzo de 2012, depuso al presidente Amadu Tumani Turé. Samogo, según acaba de informar el diario Le Pays, de Uagadugú, sigue acantonado cerca de Bamako y no ha renunciado a su pretensión de gobernar Malí. “A su pesar, el jefe de la ex Junta ve desfilar por el suelo de Mali a soldados extranjeros”, escribe Le Pays. “En el colmo de la ironía, han venido a socorrer al pueblo maliano en el papel que hubiera debido corresponder a un Ejército nacional minusválido, dividido y desbordado”.

También salen en Panique à Bamako los tuareg del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA). Fueron ellos los que, a comienzos de 2012, desencadenaron esta crisis al arrebatarle al Ejército de Malí buena parte del norte desértico del saheliano. Sueñan con crear allí un Estado tuareg independiente llamado Azawad.

Y, por supuesto, están los yihadistas. Una constelación de ellos acompañaba a los victoriosos guerreros del MNLA en la ofensiva de comienzos de 2012. Integrados por tuareg, árabes y negros, fueron los locos de Dios los que terminaron haciéndose  con el control de Tombuctú, Gao y Kidal, e imponiendo en esas ciudades del desierto la barbarie salafista de la destrucción de monumentos, la quema de manuscritos y los azotes y ejecuciones de hombres y mujeres poco fervientes en la fe islámica.

Malí es hoy un país tutelado por Francia, escribe Jeune Afrique, y cabe imaginar que va a tener que ser así durante un tiempo. Pero esa es otra historia.

Worth, el autor del perfil del New York Times, estuvo con De Villiers en París. Lo visitó en su casa de la Avenue Foch, repleta de artefactos eróticos y armas de guerra, y luego se fueron a comer ostras y beber Muscadet a un restaurante. De Villiers no le negó que sus novelas les sirven a sus amigos de las agencias de espionaje como buzones para depositar ciertas informaciones y mensajes. Interesante, ¿no?