Limones negros: «Se irán de rositas»

uco-guardia-civil“Se irán de rositas”, le dice Sepúlveda a la capitana Lola Martín en una de las escenas de la novela  Limones negros. A Lola Martín, de la UCO -la unidad de la Guardia Civil especializada en la lucha contra los grandes delitos- le cuesta compartir el escepticismo de Sepúlveda. Es veinte años más joven y cree que, aunque sea a trancas y barrancas, los malos siempre terminan pagando por sus crímenes. Si no lo creyera, no trabajaría donde trabaja.

Sepúlveda, profesor del Instituto Cervantes de Tánger, está ayudando a la guardia civil en el rastreo de las huellas dejadas en la ciudad marroquí por los negocios sucios de un prominente banquero madrileño. Le ayuda porque ella ha sabido mover los resortes adecuados: su hastío por la corrupción que infecta España y su vanidad de buen conocedor de los bajos fondos tangerinos. Pero en ningún momento cree que los grandes tenores del saqueo del dinero público –los auténticos, los ricos y poderosos- vayan a terminar entrando en prisión. Los sumarios se eternizarán o traspapelarán; los delitos irán prescribiendo; cualquier fallo formal en las investigaciones policiales y judiciales será explotado a fondo por abogados perspicaces y carísimos… A lo sumo, serán castigados sus segundos espadas.

En esta obra de ficción, Sepúlveda le suelta a la capitana: “Lola, lamento tener que decírtelo, pero creo que hacéis el trabajo de Sísifo. Cada vez que conseguís llevar la piedra a lo alto de la montaña, vuelve a caer abajo.” Y ella le responde que esa actitud no lleva a ninguna parte, que habrá que intentarlo, que probablemente algunos terminarán pagando. Los dos, el profesor y la guardia civil, tienen razón. Hay verdades que no son contradictorias entre sí.

rodrigo-rato   He estado ultimando estos días con los amigos de la editorial Anantes el envío a la imprenta de Limones negros, mi segunda novela tangerina. Las noticias que leía en mi teléfono me confirmaban la conclusión a la que llegué al publicar la primera: ninguna ficción puede igualar la realidad de los casos de corrupción en la España actual. La realidad del obsceno esperpento español es novelescamente casi inverosímil.

A un fiscal de Murcia le roban en su casa el ordenador con el que trabaja en un caso de corrupción. A su jefe le destituyen por atreverse a investigar al cacique local. El cuñado del rey es condenado a seis años de cárcel, pero le dejan regresar a Suiza sin tan siquiera exigirle una fianza. Su esposa, hija y hermana de reyes, se libra de cualquier mancha penal porque asegura que no se enteraba de lo que firmaba. Los sinvergüenzas que llevaron a la ruina a la caja de ahorros madrileña, aunque sentenciados a prisión, siguen durmiendo en sus mansiones…

LN

Este es el país en que un político esconde un millón de euros en la casa de su suegro y, cuando es descubierto, afirma que lo ha dejado allí un fontanero o un empleado de Ikea. El país en que el presidente del Gobierno envía SMS cariñosos a un notorio tahúr. El país en que jueces activos en la lucha contra la corrupción son expulsados de su carrera porque, al parecer, han cometido errores técnicos en su instrucción. El país en que los denunciantes del saqueo de las arcas públicas malviven amedrentados, mientras los ladrones se jactan de su inocencia ante los medios que ellos o sus amigos controlan. Y también el país en que unos chavales duermen preventivamente entre rejas por una función de títeres.

¿Justicia igual para todos? ¿El imperio de la ley? Bla, bla, bla. Palabrería de gente que sabe que al final quedará impune, y de sus bien pagados propagandistas. O de esos tontos que, aunque llueva, caminan por la calle sin paraguas por que la tele dice que luce un  sol radiante.

Limones negros será publicado este mes de abril de 2017 por la editorial Anantes.

Un país en B

No por menos repetido deja de ser cierto: Rajoy y los suyos ya serían hoy pasado en bastantes de las democracias situadas al norte de los Pirineos, un pasado tan bochornoso como el de Nixon y Watergate para Estados Unidos. Pero nos perdimos la reforma protestante, el siglo de las Luces, la revolución industrial y la caída de los fascismos en la II Guerra Mundial. No sólo geográficamente, también política y éticamente, seguimos al sur de los Pirineos, herederos de una tradición secular de autoritarismo, tolerancia con la corrupción y cultivo de la picaresca.

Acabo de ver B, la película sobre la declaración de Bárcenas ante el juez Ruz del 15 de julio de 2013. Conocía los principales contenidos de esa declaración, como la mayoría de ustedes, pero una cosa es haberlos leído o escuchado fragmentariamente y otra, asistir durante algo más de una hora a una exposición tan descarnada sobre cómo funciona la España de la política y los negocios. Aunque uno le tenga poca confianza al sistema, como es mi caso, la exposición de Bárcenas te deja patidifuso.

España es un buen ejemplo de que el pescado comienza a pudrirse por la cabeza. Lo que Bárcenas le contó ese día al juez Ruz fue cómo era de lo más normal que un empresario donase dinero en negro al PP para congraciarse con sus dirigentes en la perspectiva de presentes o futuras recalificaciones de terrenos, licencias de apertura o concesiones de obras y servicios públicos. Y cómo ese dinero era repartido en sobresueldos para esos dirigentes y en gastos extraordinarios del partido y sus campañas electorales. Todo, por supuesto, en sobres con billetes y sin declarar ni un céntimo a Hacienda.

Bárcenas es más un contable de la Mafia que un fabulador: su credibilidad, una vez que ha roto la ley de la omertá y colabora con la Justicia, es digna de ser tomada en consideración por el jurado. Cabe suponer que aún oculta cosas -aquellas que puedan incriminarle o poner en peligro a los suyos-, pero las cosas que revela son verosímiles y bastantes de ellas han sido confirmadas documentalmente por los investigadores.

Aún resulta más escalofriante la naturalidad con la que se expresa. Lo que está diciendo es que hay que ser un don nadie para desconocer que las cosas funcionan así, en despachos alfombrados y restaurantes con muchas estrellas, siempre con sonrisas, eufemismos y sobreentendidos, no cometiendo jamás la grosería de ser explícito, expresando el deseo de volver a verse pronto en una pista de esquí y póngame, entretanto, a los pies de su señora.

B tuvo una raquítica distribución en su estreno en salas comerciales, a comienzos de este otoño. Los periodistas de TVE tuvieron que dar batalla para conseguir que la cadena diera cuenta en sus informativos de la salida del largometraje. La mayoría de los otros grandes medios impresos y audiovisuales tampoco fue generosa en su cobertura: los papeles de Bárcenas incluyen los nombres de accionistas y anunciantes de postín. Ahora hay una movilización para que la película, aspirante a una docena de candidaturas a los premios Goya, pueda verse en la tele.

B fue primero una obra teatral; el navarro David Iludáin la llevó al cine consiguiendo algo de dinero de cineastas amigos y una campaña popular de crowfunding. Estrictamente basada en la declaración del 15 de julio de 2013, sin añadidos ni comentarios, se desarrolla en un único escenario, una sala estrecha y calurosa de la Audiencia Nacional, y no cuenta con otros personajes que los participantes en aquella ceremonia. El actor Pedro Casablanc encarna con brillantez el papel del tesorero, y Manuel Solo, el del magistrado.

Creía estar hastiado del caso Bárcenas hasta que he visto esta película. Es la magia del cine, su capacidad para anclarte en el asiento si está bien hecho. Y B, un documental interpretado por actores, está muy bien hecho. Ya cabe incluirlo en el cine negro español, cine negro de no ficción sobre delincuencia de cuello blanco.

Hasta puede aventurarse una respuesta a la pregunta que esta obra plantea en su subtítulo: “¿La verdad no cambia nada?”. Pues no, aquí la verdad no cambia nada o, en el mejor de los casos, cambia poco. Aquí somos muy de tradiciones, como rebuznan los defensores del Toro de la Vega. Aquí es probable que –solo o apoyado por quien dios, o sea el IBEX, manda- el PP vuelva a gobernar.

Babas del diablo

He llegado a la conclusión de que, en materia de mafias, la diferencia entre Italia y España es que allí nacieron al margen del establishment y aquí lo hicieron dentro de él. Las mafias italianas penetraron, corrompieron o se asociaron con el Estado y los poderes económicos; las españolas (Gürtel, Púnica, Bankia, el 3%, los ERE´s…) fueron creadas desde despachos oficiales de gobernantes, banqueros o empresarios. Quizá por eso las mafias italianas emplean la violencia: están oficialmente fuera del sistema. Las españolas, en cambio, no necesitan tanto usar la pistola, les basta con descolgar un teléfono y la autoridad correspondiente suele resolverles el problema con discreción, sin que corra la sangre. Que el capo sea ministro, consejero autonómico, concejal o presidente de una caja facilita mucho las cosas.

Las-flores-no-sangran-Alexis-Ravelo1Italia cuenta con un capitalismo industrial potente, nacido al margen de las viejas organizaciones clandestinas de campesinos sicilianos o napolitanos. España tiene un capitalismo de amiguetes y mamandurrias, consagrado a la recalificación de terrenos para construir bloques de viviendas y a las adjudicaciones administrativas de obras y servicios públicos. Ocurre también en las Islas Afortunadas, por supuesto.

Isidro Padrón y Marcos Perera, el Yunque y el Martillo, son mandamases de Gran Canaria en la novela Las flores no sangran, de Alexis Ravelo. Construyen mediocres bloques de pisos para los nativos y hoteles y urbanizaciones con campos de golf para los turistas. Llevan la principal empresa privada de seguridad de la isla. Untan a políticos locales, hacen desaparecer noticias con un telefonazo a la dueña de un periódico, almuerzan con comisarios y jueces. Últimamente, se han metido también en el negocio de blanquear dinero de mafiosos rusos. No es avaricia, es maximización de beneficios.

Por el contrario, Diego el Marqués, Lola, Paco el Salvave y Felo el Flipao son unos pringados, unos estafadores de tres al cuarto. Diego y compañía quieren desplumar un poco, tan solo un poco, al Yunque y el Martillo. Se les ocurre el delito más absurdo: un secuestro en una isla. Casi tan absurdo como atracar una comisaría.

Con esta trama, estos y más personajes, un ritmo endiablado y una excelente escritura Alexis Ravelo perpetró en 2014 Las flores no sangran. Esta novela le ganó la pasada primavera el premio Valencia Negra a mi Tangerina. Muy merecidamente. La maestría del escritor canario golea con amplitud a mi aportación de debutante.

Corrupcion en CanariasNo es cierto que la novela negra española no esté abordando la corrupción y la injusticia en este país. Ciertamente, hay autores/as que parecen escandinavos/as, con adorables inspectores de Policía que persiguen a tremebundos serial killers sexuales. Pero hay otros/as que nos cuentan los sufrimientos cotidianos de los de abajo y la inmensa caradura de los de arriba. Alexis Ravelo, escritor negro del linaje de Juan Madrid y Andreu Martín, es uno de ellos.

Aquí va una muestra de Las flores no sangran:

“Padrón se echó a reír.

-Chiquilla, ¿tú no lees los periódicos? ¿No sabes en qué país vives? Aquí quien no paga no pilla. Todas las empresas tienen una caja B para untar a los que reparten el queso.

-Todas no.

-Todas las que triunfan. Los que no pagan, no aguantan mucho. Son putos perdedores.”

La “chiquilla” es Diana Padrón, hija del Yunque, una de esos neopijas que han ido a escuela de negocios, se alimentan saludablemente, hacen mucha gimnasia, están sexualmente liberadas, leen a Murakami, tienen algún detalle étnico en su lindo apartamento y, sin duda, se aprestan a votar al partido de los naranjitos. El narrador hace en un momento dado esta reflexión sobre Diana: “Y eres tan culpable como él, con esa culpabilidad de quienes ignoran el mal porque es más cómodo ignorarlo”.

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Alexis Ravelo

Ravelo es bueno describiendo escenarios: “El sur de Gran Canaria o el de Tenerife, la Costa Brava o la Costa del Sol: daba igual adónde se fuera, porque en el litoral de casi todo el país había pruebas de que cuatro hijos de puta se habían dedicado durante décadas a cagarse en el paraíso.” Y fantástico creando personajes. Todos los de Las flores no sangran apestan a reales; ninguno es unidimensional, ni tan siquiera los villanos; algunos, como Felo, se convierten en entrañables.

Y el canario, insisto, escribe muy bien. Ahí va otra cata: “En su mente todo era beis y rosa. En la de Lola, en cambio, había una negrura espesa en la que flotaban chiribitas grises que dejaban leves estelas, como babas del diablo”.