Habana Noir

La Habana, verano de 2016

La Habana, verano de 2016

Jorge Perugorría se embucha un trago de ron (Havana Club blanco y añejo de un trienio), introduce otro cigarrillo H. Upmann en la boquilla y dice: “Soñaba desde hacía quince años con interpretar a Mario Conde y ahora lo he conseguido”. Suelta una gran carcajada y añade: “Estoy de acuerdo con Padura: ahora es cuando mejor puedo interpretar a su personaje, ahora ya estoy lo suficientemente pasado por la carretera de la vida”.

Tomo mi vaso, le muestro que está vacío, él lo rellena de ron, le añade dos cubitos de hielo y brindamos. El entrechocar de los vidrios despierta al perrazo –un San Bernardo- que dormita bajo la mesa en la que conversamos. El perrazo alza levemente la cabeza, con una oreja bien enhiesta, comprueba que no ocurre nada especial y reemprende la siesta.

Este primer tramo del verano de 2016 está siendo en La Habana aún más caluroso y húmedo que de costumbre. Esta misma mañana, Radio Reloj ha informado de que se están batiendo todos los récords de altas temperaturas desde que existen registros. El bochorno se traduce a media tarde en una acumulación de nubarrones foscos que descargan un tremendo aguacero y no tardan en irse a otra parte con su música de truenos apocalípticos.

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Jorge Perugorría explicando el personaje Mario Conde, de las novelas policíacas de Leonardo Padura

Pero eso llegará dentro de un rato, porque ahora aún estamos en la sobremesa del almuerzo y el cielo está despejado sobre esta localidad marinera próxima a La Habana donde vive Perugorría. He ido a verle para hablar de la adaptación cinematográfica –un largometraje para la gran pantalla y seis capítulos de una serie televisiva- que ha hecho el director español Félix Viscarret de Cuatro Estaciones, las primera cuatro entregas de las aventuras del teniente de Policía Mario Conde escritas por Leonardo Padura. El rodaje se hizo en la primera parte del año en La Habana –exteriores- y en Canarias –interiores en una antigua fábrica de tabaco-, y el resultado está listo para ser presentado a la crítica y el público. Se hará oficialmente el próximo septiembre en el Festival de Cine de San Sebastián.

Hace un par de días, ya estuve conversando sobre esto con Mario (Mayito) Guerra, el actor cubano que encarna en la película y la serie al personaje de Candito el Rojo, el amigo pícaro del teniente Conde. Lo hicimos tomando mojitos en el patio arbolado de Espacios, uno de los locales de copas de moda en La Habana. Estaba muy contento por haber dado vida a Candito, con el que él -actor “empírico”, dice, para señalar que es autodidacta, que no hizo estudios de arte dramático, que empezó de utilero en la tramoya de un teatro- siente tener semejanzas. “Candito”, explicó, “es un tipo de bien en la frontera de la legalidad, como tanta gente en este país. Sobrevive con sus bisnis, con sus trapicheos de poca monta, con cualquier mierda, y tiene una relación ambivalente con Mario Conde. El policía es un viejo amigo y Candito quiere ayudarle en sus investigaciones, pero su código ético le hace muy difícil darle de buenas a primeras la información que le pide”.

No he podido, en cambio, hablar con Padura, porque anda por España. Pero ustedes ya saben que él ha sido el introductor en Cuba de la ausencia de maniqueísmo, los matices de gris y el trasfondo social que precisa el género negro. Hasta entonces, y durante décadas, la ficción policial cubana estaba monopolizada por los productos literarios, televisivos y cinematográficos patrocinados por el Ministerio del Interior, donde todos los policías eran honestos trabajadores y todos los delincuentes, agentes de la contrarrevolución, y donde los malos siempre intentaban escaparse en carros o lanchas de fabricación estadounidense.

El almendrón que me lleva por La Habana, un Chevrolet de 1949, también es de fabricación estadounidense, aunque de mantenimiento artesanal genuinamente cubano. Luce un banderín azulgrana del Barça colgando del espejo retrovisor; la afición al fútbol es una de las novedades que estoy detectando en Cuba en relación a mis viajes de hace tres o cuatro lustros. Otras son la menor presencia de retórica oficialista, la existencia de una oferta de aceptables restaurantes, bares de copas y centros culturales privados –estupenda La Fábrica- y, sobre todo, el nacimiento de la esperanza de que el deshielo con Estados Unidos pueda mejorar la estrechez de la vida material de la mayoría de la gente.

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Improvisada velada musical en el restaurante Santy, La Habana, verano de 2016

Nadie, sin embargo, expresa el deseo de que Cuba vuelva a convertirse en un apéndice colonial de Estados Unidos. La bienvenida a los turistas y las inversiones norteamericanos suele ir acompañada de la proclamación de la voluntad de preservar la dignidad y la soberanía de la isla y del añadido de que una activa presencia española y europea en la isla podría contribuir a ello. No otra cosa me transmiten Perugorría y Guerra cuando hablamos de la adaptación al cine de la obra de Padura.

Perugorría es un tipo muy simpático. Habla a grandes voces, suelta constantes carcajadas, se declara contrario a lo que llama “persecución del tabaco”, rellena con generosidad los vasos de ron y te hace sentir que eres su amigo desde el momento mismo en que te estrecha la mano. Hoy lleva una camiseta azul con el rostro estampado de Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco.

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Perugorría y Valenzuela, La Habana, Junio de 2016

Tiene muy claro el personaje que interpreta en la película y la serie dirigida por Viscarret. “Mario Conde”, dice, “viene de vuelta, es un nostálgico de mierda. Tiene nostalgia de esa Cuba que se pretendió construir y que nunca fue; siente la frustración de que el país con el que soñamos era inviable. Pero eso”, añade, “no le impide asumir con dignidad su presente. Pese a su fracaso político e intelectual, mantiene unos valores humanos cojonudos. Esos valores a los que no renuncia, pese a saber que son difíciles o casi imposibles de aplicar, son los humanistas. Mario Conde es agridulce, un héroe y un antihéroe, un perdedor con dignidad. Aunque esté en la pobreza nunca pactará con el mal”.

Perugorría dice maravillas de la profesionalidad de Viscarret y el equipo español, que, afirma, han sabido introducir el lenguaje de las series televisivas en esta adaptación de la tetralogía de Padura. Una adaptación de la que ya se ha enamorado Hollywood, que planea un remake en inglés con Antonio Banderas o Benicio del Toro en el papel de Mario Conde, ese teniente de Policía que, en un momento dado, puede soltarle a una muchacha: “¿Tú sabes cuál mi problema? Que casi siempre hago lo que no quiero hacer y casi nunca hago lo que quiero hacer”.

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El actor Mario Guerra hablando de Candito el Rojo

Este verano, en la sauna habanera huele a desinfectante, ron, sudor y sexo, se habla largo y tendido de las recientes visitas de Obama y los Rolling Stones, se sueña con un futuro mejor mientras se sigue luchando por sobrevivir, los flamboyanes ponen el rojo y casi todo el mundo esconde algo. Pero, sobre todo, uno no para de reírse. “El choteo sobre nosotros mismos es lo que nos destruye y nos salva”, dice Mayito Guerra. Como anuncia el tráiler de las Cuatro estaciones, el noir nunca ha sido tan colorido como cuando transcurre en La Habana.

Una primera versión de este artículo fue publicada en la revista Fiat Lux el 5 de julio de 2016