
González y Cebrián
Permítanme explicarles por qué he asociado la noticia de que Felipe González ha creado una fundación destinada a su vida, obra y milagros con la lectura de Pan, educación, libertad, la última entrega de las andanzas del comisario de ficción Kostas Jaritos en la Grecia arrasada por la crisis económica.
Resulta que en esa novela policíaca del entrañable Petros Márkaris el comisario Jaritos debe investigar los asesinatos de un acaudalado empresario de la construcción, un jurista de renombre y un influyente sindicalista. Los tres son tipos encanecidos, arrogantes e implacables; los tres fueron en su juventud militantes de la denominada generación de la Politécnica, que luchó contra la dictadura militar griega los tres ascendieron como la espuma en la transición de su país a la democracia, y los tres fueron renegando de los ideales progresistas de su juventud y despreciando y abandonando a sus antiguos compañeros que no lo hacían.
Les despierta algún eco, ¿verdad? Nuestros gobernantes llevan varios años machacando la cantinela de que España no es Grecia, lo cual es una de esas obviedades que tanto les gusta formular con solemnidad de besugo: nada es exactamente igual a nada en los asuntos humanos, hasta nuestros hijos tienen sus propias personalidades. Pero las semejanzas entre Grecia y España revelan la existencia de un parentesco. Como ya hizo en entregas anteriores de esta serie, Márkaris las subraya con mucho cariño en Pan, educación, libertad (Tusquets Editores). Ahora mismo griegos y españoles compartimos en uno y otro extremo del Mediterráneo muchas más cosas, empezando por el sacrificio, el dolor y la indignación, que con, por ejemplo, los alemanes. Por eso el comisario Jaritos decidió comprarse un Seat.
Pero hay más: la descripción que hace Márkaris de la generación de la Politécnica desde la lucha antifascista hasta su conversión en el nuevo establishment griego ofrece no pocos paralelismos con la evolución de la generación española de la Transición de la que Felipe González es uno de los supremos sacerdotes, si no el Supremo Sacerdote. Caminando hacia el Poniente, ambas generaciones se fueron derechizando, se hicieron amiguetes de banqueros y empresarios nacionales, se regocijaron de su creciente compadreo con presidentes y multimillonarios extranjeros, ya no dejaron de apearse del coche oficial, amasaron fortunas o fortunitas, y, con suprema prepotencia, se presentaron, se siguen presentando, antes sus hijos, los chicos y chicas que ahora tienen entre 18 y 35 años, como el No Va Más, como los autores de una obra intocable por inmejorable.

Petros Márkaris
Hacia el final de Pan, educación, libertad, el comisario Jaritos hace esta reflexión: “Descubro un elemento más en común entre las tres víctimas: su narcisismo. Los tres estaban enamorados de su activismo antifascista y de los éxitos nacidos de aquél. Si Papadakis me preguntara otra vez qué es la generación de la Politécnica, le diría que es la generación del narcisismo absoluto”.
En España también tenemos una generación del narcisismo absoluto, una generación convencida de que el país tiene una deuda eterna con ellos, de que ni sus hijos ni sus nietos ni nadie serán capaces de realizar las hazañas que ellos protagonizaron. Felipe González y sus coleguitas de la Gauche Caviar como Juan Luis Cebrián la encarnan hasta lo irrisorio. No es de extrañar que, sorprendidos porque sus compatriotas no salgamos en masa a las calles para exigir que se les alcen monumentos y se les rindan homenajes, hayan decidido consagrar el resto de sus días a lo que más les interesa: ese “Yo, mi, me, conmigo” del que tan graciosamente ha escrito Raquel Martos aquí mismo.
Sí, Raquel, son como las caras de Bélmez.