He llegado a la conclusión de que, en materia de mafias, la diferencia entre Italia y España es que allí nacieron al margen del establishment y aquí lo hicieron dentro de él. Las mafias italianas penetraron, corrompieron o se asociaron con el Estado y los poderes económicos; las españolas (Gürtel, Púnica, Bankia, el 3%, los ERE´s…) fueron creadas desde despachos oficiales de gobernantes, banqueros o empresarios. Quizá por eso las mafias italianas emplean la violencia: están oficialmente fuera del sistema. Las españolas, en cambio, no necesitan tanto usar la pistola, les basta con descolgar un teléfono y la autoridad correspondiente suele resolverles el problema con discreción, sin que corra la sangre. Que el capo sea ministro, consejero autonómico, concejal o presidente de una caja facilita mucho las cosas.
Italia cuenta con un capitalismo industrial potente, nacido al margen de las viejas organizaciones clandestinas de campesinos sicilianos o napolitanos. España tiene un capitalismo de amiguetes y mamandurrias, consagrado a la recalificación de terrenos para construir bloques de viviendas y a las adjudicaciones administrativas de obras y servicios públicos. Ocurre también en las Islas Afortunadas, por supuesto.
Isidro Padrón y Marcos Perera, el Yunque y el Martillo, son mandamases de Gran Canaria en la novela Las flores no sangran, de Alexis Ravelo. Construyen mediocres bloques de pisos para los nativos y hoteles y urbanizaciones con campos de golf para los turistas. Llevan la principal empresa privada de seguridad de la isla. Untan a políticos locales, hacen desaparecer noticias con un telefonazo a la dueña de un periódico, almuerzan con comisarios y jueces. Últimamente, se han metido también en el negocio de blanquear dinero de mafiosos rusos. No es avaricia, es maximización de beneficios.
Por el contrario, Diego el Marqués, Lola, Paco el Salvave y Felo el Flipao son unos pringados, unos estafadores de tres al cuarto. Diego y compañía quieren desplumar un poco, tan solo un poco, al Yunque y el Martillo. Se les ocurre el delito más absurdo: un secuestro en una isla. Casi tan absurdo como atracar una comisaría.
Con esta trama, estos y más personajes, un ritmo endiablado y una excelente escritura Alexis Ravelo perpetró en 2014 Las flores no sangran. Esta novela le ganó la pasada primavera el premio Valencia Negra a mi Tangerina. Muy merecidamente. La maestría del escritor canario golea con amplitud a mi aportación de debutante.
No es cierto que la novela negra española no esté abordando la corrupción y la injusticia en este país. Ciertamente, hay autores/as que parecen escandinavos/as, con adorables inspectores de Policía que persiguen a tremebundos serial killers sexuales. Pero hay otros/as que nos cuentan los sufrimientos cotidianos de los de abajo y la inmensa caradura de los de arriba. Alexis Ravelo, escritor negro del linaje de Juan Madrid y Andreu Martín, es uno de ellos.
Aquí va una muestra de Las flores no sangran:
“Padrón se echó a reír.
-Chiquilla, ¿tú no lees los periódicos? ¿No sabes en qué país vives? Aquí quien no paga no pilla. Todas las empresas tienen una caja B para untar a los que reparten el queso.
-Todas no.
-Todas las que triunfan. Los que no pagan, no aguantan mucho. Son putos perdedores.”
La “chiquilla” es Diana Padrón, hija del Yunque, una de esos neopijas que han ido a escuela de negocios, se alimentan saludablemente, hacen mucha gimnasia, están sexualmente liberadas, leen a Murakami, tienen algún detalle étnico en su lindo apartamento y, sin duda, se aprestan a votar al partido de los naranjitos. El narrador hace en un momento dado esta reflexión sobre Diana: “Y eres tan culpable como él, con esa culpabilidad de quienes ignoran el mal porque es más cómodo ignorarlo”.
Ravelo es bueno describiendo escenarios: “El sur de Gran Canaria o el de Tenerife, la Costa Brava o la Costa del Sol: daba igual adónde se fuera, porque en el litoral de casi todo el país había pruebas de que cuatro hijos de puta se habían dedicado durante décadas a cagarse en el paraíso.” Y fantástico creando personajes. Todos los de Las flores no sangran apestan a reales; ninguno es unidimensional, ni tan siquiera los villanos; algunos, como Felo, se convierten en entrañables.
Y el canario, insisto, escribe muy bien. Ahí va otra cata: “En su mente todo era beis y rosa. En la de Lola, en cambio, había una negrura espesa en la que flotaban chiribitas grises que dejaban leves estelas, como babas del diablo”.