En un lugar solitario

EnUnLugarSolitarioEs tristemente habitual que las mujeres sientan miedo al caminar solas por las calles, los jardines o los parques tras la caída del sol: tienen muy presente la posibilidad de ser asaltadas por algún hombre. No conozco, en cambio, a ningún hombre –a ninguno- que sienta temor a ser agredido por una mujer en un lugar oscuro y solitario. Si los hombres tienen alguna aprensión relacionada con este escenario es por la posibilidad de que sus novias, esposas o hijas puedan sufrir allí algún encuentro funesto.

Hay una violencia específica de las que son víctimas las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Las mujeres pueden ser agredidas sexualmente por lobos solitarios o manadas de depredadores, las mujeres pueden recibir palizas brutales de sus parejas o ex parejas, las mujeres pueden ser asesinadas a la salida de un bar, una discoteca o al término de una fiesta popular por algún tipo de monstruo. Ha ocurrido durante siglos y sigue ocurriendo. Los que lo niegan son unos gilipollas, unos desalmados o, lo más probable, las dos cosas a la vez. Lo son por mucho que los hayan elegido concejales o diputados unos votantes tan gilipollas o desalmados como ellos. A Hitler también le votaron unos cuantos millones de alemanes.

 

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La escritora estadounidense Dorothy B. Hughes (1904 – 1993) ya abordó en 1947 la temática del asesino de mujeres que caminan solas por la noche urbana. Lo hizo en su novela En un lugar solitario  (In a Lonely Place), cuya traducción al castellano por Ramón de España acaba de publicar Gatopardo Ediciones.

La acción de En un lugar solitario se sitúa en Los Ángeles, justo al terminar la Segunda Guerra Mundial. Anda suelta en la metrópolis una bestia, un violador y estrangulador de mujeres jóvenes que regresan solas a sus casas en las primeras horas de la noche.

He aquí un fragmento de uno de los diálogos iniciales de la novela:
“—¿No tenéis ninguna pista? -preguntó Dix frunciendo el ceño.
—No tenemos gran cosa —reconoció Brub—. No hay pistas, nunca las hay; ni huellas dactilares ni huellas de zapatos. Dios, ¡nos conformaríamos con tan sólo una huella! —recuperó su tono monótono—. Hemos comprobado una y otra vez los movimientos de todos los agresores sexuales conocidos.
—¿Se trata de crímenes sexuales? —intervino Dix.
—En cierto modo —asintió Brub.

Sylvia emitió un leve gemido.”
Brub es el inspector de la Policía de Los Ángeles que investiga estos casos. Tiene miedo por Sylvia, lo tiene “porque era una mujer, porque era su mujer, y a las mujeres las acosaban de noche”.
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Más adelante, Maude, un personaje secundario femenino, expresa su convicción de que el asesino puede ser cualquiera de los varones que habitan Los Ángeles: “¿Cómo se supone que lo vamos a reconocer? Podría ser cualquiera. Yo le digo a Cary que igual es el tendero o el conductor del autobús o uno de esos espantosos atletas de playa. No lo sabemos. Ni la Policía lo sabe”. Brub, el inspector, no la desmiente: “Lo más probable es que se comporte como un ciudadano cualquiera. Y que acuda a su trabajo como todos nosotros. Es alguien que parece normal, que actúa con normalidad hasta que le entra el ansia de matar.”

El lobo solitario que caza brutalmente mujeres es una modalidad criminal muy de Los Ángeles. La novela de Hughes anticipó lo que luego serían los casos de La Dalia Negra, el del asesinato de la madre de James Ellroy y tantos otros cuyos autores quedaron impunes para siempre.  En la España actual tenemos lobos solitarios como el asesino de Diana Quer y también manadas como la de las fiestas de San Fermín de 2016. Escoria individual o grupal.

El asesino de En un lugar solitario odia, desea y teme a las mujeres. Como todos los de su especie. Este es uno de sus rebuznos: “No había ninguna chica por la que valiera la pena atormentarse. Todas eran iguales: infieles, mentirosas, putas. Hasta las que parecían más piadosas estaban a la espera de una oportunidad para traicionar, mentir y zorrear. Lo había comprobado una y otra vez. No había ni una mujer decente entre ellas; solo una y estaba muerta. Brucie estaba muerta”. Un clásico de esta gentuza.

Dorothy B. Hughes debutó en la escritura como periodista, fue autora entre 1940 y 1963 de una quincena de novelas negras y también ejerció de crítica de literatura policíaca para The Albuquerque Tribune. La tengo por una gran dama del período clásico de la novela negra estadounidense, una precursora de Patricia Highsmith. El personaje Dix Steele de En un lugar solitario anticipa el de Ripley: un frívolo y mentiroso compulsivo que se desenvuelve en un ambiente de clase alta tan ociosa como pija. Y la pluma de Hughes, como la de Highsmith, es ligera, fluida y elegante.

En 1950, tres años después de la publicación de En un lugar solitario, Nicholas Ray dirigió una película inspirada en esta novela e interpretada por Humphrey Bogart y Gloria Grahame. Ahora, ya entrado el siglo XXI, es esta una historia que lamentablemente sigue de actualidad.  Aunque haya descerebrados que pretendan negarlo, la violencia machista continúa aterrorizando a las mujeres y poblando de espanto los informativos.

El fútbol como género negro

J_Mourinho

Mourinho

Hice una pausa en la lectura de Mercado de invierno, encendí la televisión y vi al presidente del Fútbol Club Barcelona asediado por una jauría de cámaras y micrófonos. El locutor contaba que Josep María Bartomeu veía muy comprometida su continuidad en el cargo por los últimos episodios del caso Neymar, un asunto que ya le había costado la cabeza a su predecesor, Sandro Rosell. Recordé una frase que acababa de leer: “El fútbol y el dinero van de la mano”.

Mercado de invierno (RBA, 2015) es una novela negra, así que ustedes ya pueden imaginar que su autor, Philip Kerr, escribe la palabra dinero dirigiéndonos un guiño cargado de intención. Debemos entender que buena parte de ese dinero es tan oscuro como el pecado. En el caso Neymar, unos 40 millones de euros no declarados a Hacienda.

Philip Kerr es un escritor escocés que nos ha entretenido durante años con la serie del policía Bernie Gunther ambientada en la Alemania nazi. Con Mercado de invierno, Kerr, confeso entusiasta de este deporte, incorpora el fútbol a los escenarios del thriller. Técnica y literariamente, esta novela quizá no esté a la altura de la serie Berlin Noir, pero la información que ofrece sobre el deporte más popular del planeta es fenomenal.
La verdad de las novelas puede ser más profunda y auténtica que la verdad de los periódicos. Si usted quiere saber cómo y por qué se levantan los grandes estadios de fútbol, y los tratos que ello implica con ayuntamientos y grandes constructoras, olvídese de los diarios de papel que pueda encontrar en las barras de los bares, lea a Kerr. Y lo mismo digo sobre los fichajes millonarios y las sabrosas comisiones que van subiendo el precio del jugador hasta cifras disparatadas. O sobre los golpes bajos de las batallas por los derechos de retransmisión televisiva. O sobre los sobornos que implica llevarse la sede de un Mundial y por qué uno de los próximos se celebrará en Qatar.

Mercado de invierno está narrada en primera persona por Scott Manson, un ex jugador mulato y sofisticado que pasó una temporada en la cárcel por una violación que no cometió y que ahora es el segundo entrenador del imaginario London City. Pero casi tan protagonista como él es el primer entrenador del club, el portugués Joao Zarco, un tipo deslenguado, sarcástico y tocapelotas, un “capullo arrogante” para muchos, brillante y atractivo para otros, en el que no es difícil reconocer a José Mourinho.

Scott Manson tiene que lidiar con los futbolistas del London City, unos chavales que adoran los coches de lujo, el ligoteo con modelos guapísimas y soltar inconveniencias en Twitter. “Lo cierto”, dice Manson, “es que algunos de estos muchachos llevan más cremas para el cutis y productos capilares en sus neceseres Louis Vuitton que los que tenía mi primera esposa en el tocador”.

Esos chavales no tienen entrevista, pero los periodistas se empeñan en hacérselas a diario y sus respuestas no pueden ser más tontorronas. Así lo ve Manson: “Eso es lo que más revienta del fútbol: los tópicos. No son culpa de los jugadores. La mayoría son unos críos. Traynor sólo tiene veintitrés años y no sabe más. No, la culpa es de los putos periodistas por formular las preguntas predecibles de siempre, que generan esas respuestas trilladas”.

Algunos son gais, por supuesto. Pero no pueden salir del armario. Al menos ahora. Uno de sus jugadores le pregunta ingenuamente a Manson si piensa que puede revelar su homosexualidad y el entrenador le responde: “No, rotundamente no. (…) No hay futbolistas abiertamente gais en ninguna de las cuatro máximas divisiones de Inglaterra. Por supuesto, eso no significa que no existan jugadores gais. Todo el mundo sabe quiénes son, o cree saberlo, pero esos jugadores lo llevan con discreción por una simple razón: miedo. No de los oros jugadores, sino de las faltas de respeto que sufrirían por parte de los aficionados (…) Debes mantener esto en secreto. Si dices algo ahora será un suicidio profesional”.
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Viktor Sokolnikov, un multimillonario ucraniano, es el propietario del London City. Forma parte de ese grupo de ricachones árabes y eslavos, a los que ahora se les añaden los chinos, que se permiten el lujazo de adueñarse de un club europeo. El fútbol, reflexiona Manson, es “una ballena atada a la borda de un barco que es la economía mundial. Y cuanto más dinero mueva, más tiburones llegarán para alimentarse”.

Los políticos suelen ser muy complacientes con los amos del fútbol. Hay dinero que ganar, hay plazas en el palco de honor del estadio por las que luchar, hay imágenes al lado del capitán que levanta un trofeo que pueden colaborar en un triunfo electoral. Lo mismo puede decirse de los grandes medios de comunicación. La corrupción en el fútbol es difícil de hacer aflorar. Aún así, Bartomeu y Rosell no son los primeros protagonistas de escándalos en el fútbol español. El mismo Messi tuvo problemas con Hacienda no hace mucho.

Siete equipos de fútbol españoles son investigados por las autoridades europeas por haber recibido ayudas públicas irregulares. Las deudas nuestros clubes con Hacienda y la Seguridad Social son fenomenales, sin que les pase lo que nos pasaría a usted y mí por una millonésima parte de esas cifras. José María del Nido, ex presidente del Sevilla, terminó entrando en la cárcel por malversación y prevaricación en el ayuntamiento de Marbella. Manuel Ruiz de Lopera, del Betis, y Jesús Gil, del Atlético de Madrid, fueron notorios predecesores de Del Nido en materia de mangoneos. Ramón Calderón, del Real Madrid, terminó siendo absuelto de la acusación de fraude en el voto por correo. El nuevo estadio valenciano de Mestalla es uno de los grandes símbolos nacionales de la burbuja inmobiliaria…
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Y aún así, la novela de Kerr es también un canto a la belleza, la magia y la fraternidad del fútbol. Manson le dice a uno de sus jugadores desmotivados: “En el fútbol no hay obligación de ganar, pero sí de intentarlo. Es en eso en lo que creen los hinchas. Y es lo que creo yo.” El fútbol es el sustituto, imperfecto sin duda, que los humanos le hemos encontrado a la guerra. Es mucho mejor, créanme, desfogarse practicando o viendo un deporte en el que el genio individual y el trabajo de equipo se trenzan para conseguir esa fantástica explosión del gol.
“El fútbol”, escribe Kerr, “es la lengua franca del planeta».

Black Lady

Anik Lapointe

Debemos a Anik Lapointe la publicación en castellano en el año 2014 de dos grandes novelas negras americanas: Galveston, de Nic Pizzolatto, y La entrega (The Drop), de Dennis Lehane. Lapointe ha jalonado con brillantez el nacimiento del sello Salamandra Black.

Galveston y La entrega tienen en común que están fantásticamente escritas y nos cuentan historias que transcurren en el Estados Unidos del white trash, la basura blanca.

Dennis Lehane es un veterano del género. Su Cualquier otro día (The Given Day) recreó el Boston posterior a la Primera Guerra Mundial con la veracidad y el aliento de Dos Passos en Manhattan Transfer.

La entrega es una obra breve y de gran pureza estilística. Su protagonista es Bob, el camarero de una taberna de un barrio obrero de Boston. La taberna es de su primo Marv, enfeudado a su vez a la mafia chechena que se ha adueñado de los bajos fondos de la ciudad. Bob rememora a un cliente desaparecido hace una década, adopta un perro, entabla amistad con una chica extraña, conoce a un policía hispano y le planta cara al amenazador Eric Deeds.

Lehane describe con sobria crudeza las calles del Boston obrero en el que nació. Sientes el frío, la nieve y el viento oscuro. Hueles la cerveza derramada, los orines en los muros y el hollín que lo envuelve todo. Ves y escuchas a la fauna de irlandeses, latinos y eslavos que puebla esas calles. La mayoría son perdedores, aquí sólo triunfan los tipos duros.

Pero el más duro no es siempre el que más aparenta serlo. La novela negra lo reitera desde los tiempos de sus padres fundadores.

Así son los diálogos de Lehane:
“-Eres un gilipollas, Marv.
Marv río entre dientes.
-Dime algo que no sepa.”

Aquí va otro:
“Anwar salió de la cámara frigorífica tirando de un bolsa de lona con ruedas.
-¿Ha cabido?
-Le hemos roto las piernas. Ha cabido bien.”

Nic Pizzolatto debuta en la novela con Galveston. También es el guionista de la serie televisiva True Detective.

La entrega está escrita en tercera persona, Galveston, en primera. Lo anuncian sus dos primeras frases: “Un médico me fotografió los pulmones. Estaban repletos de copos de nieve”. A Roy Cady le acaban de diagnosticar un cáncer.

Roy Cady, un texano que se gana la vida como matón en Nueva Orleans, descubre que, además, su jefe quiere matarle. Huye a través de los caminos costeros de Luisiana. Le acompaña Rocky, una puta joven y guapa.

Pizzolatto es un poeta del género negro: convierte la fuga del matón texano en una experiencia onírica. Galvestón es canónica y herética a la vez.

Pizzolatro sabe cómo describir paisajes: “Unas cuantas gaviotas permanecen posadas sobre los postes del final del muelle, con el pecho hinchado como diminutos presidentes. Algunos cangrejos violinistas corretean para alejarse de mis pies. Siento el lameteo sosegado y rítmico de la marea”.

También sabe cómo describir a la gente: “Sacaron pecho y me lanzaron miradas sesgadas como puñales. Se miraron y volvieron a clavar en mí sus ojitos fríos, tercos y negros como los de un pez. He conocido tipos así toda la vida, palurdos de pueblo sumidos en un resentimiento permanente. De niños maltratan animales pequeños y al hacerse mayores azotan a sus hijos con el cinturón y estrellan sus camionetas por conducir borrachos, a los cuarenta descubren a Jesús y empiezan a frecuentar la iglesia y a ir de putas”.

Anik Lapointe nos ha traído estas dos obras. Lapointe es una canadiense –québécoise por más señas- que lleva unas dos décadas en España. Dinamizó nuestro mundo editorial negro durante sus años en RBA. Vuelve a hacerlo con Salamandra Black.
En su entrevista con Javier Manzano en el Fiat Lux del pasado otoño, Lapointe contó que descubrió el género de muy joven, leyendo la Serie Noire de Gallimard. Gallimard había traducido al francés a los clásicos americanos, los Hammett, Chandler, Cain, McCoy, McDonald y compañía.

Los americanos inventaron el género; los franceses le pusieron el sello de gran literatura. Brindo por ti, Boris Vian.

Los americanos no tienen la exclusiva del género. Franceses, italianos, griegos, latinoamericanos, escandinavos, españoles y sudafricanos escriben estupendas novelas negras. Anik Lapointe promete que los incorporará a su colección.

De La entrega ya se ha hecho una película. La dirigió Michael R. Roskam y la interpretaron Tom Hardy, Noomi Rapace y, en el que sería su último papel, James Gandolfini. De Galveston se va a hace también una película.

Galveston te deja una terrible y deliciosa regusto de desolación. “Estamos todos locos, pero algunos más que otros”, dice Roy Cady en un momento dado.

La entrega confirma que también la mayoría de los blancos somos basura para el sistema.

El sistema puede especular incluso con la vieja iglesia católica del barrio. Dice el policía Torres: “La han vendido a la promotora Milligan. Harán pisos, Bob. Detrás de esa hermosa ventana habrá seglares que tomarán sus putos Starbucks y hablarán de su fe en el profesor de pilates”

El capitalismo del siglo XXI es tan salvaje como el Boston de Cualquier otro día. “A Bob”, escribe Lehane, “le parecía que cada centímetro del mundo estaba cubierto de arenas movedizas. No había nada a lo que agarrarse. No había un lugar seguro donde poner los pies”.

China: una cadena de cangrejos atados a una cuerda


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No hay enigma en la China contemporánea descrita por Qiu Xiaolong en su última novela policíaca. El país que presenta Qiu en El enigma de China (Tusquets Editores, 2014) es obscenamente transparente y aterradoramente próximo a, por ejemplo, la España anterior a esta crisis económica. Ambientada, como sus precedentes, en Shanghái, la última entrega de las peripecias del inspector jefe Che Cao retrata una megalópolis entregada en cuerpo y alma a la especulación inmobiliaria, fuente de rápidos ingresos millonarios para los políticos que recalifican y venden terrenos públicos, los constructores privados que levantan rascacielos y urbanizaciones y los particulares con acceso al dinero fácil. Suena familiar, ¿no?

        “La reforma inmobiliaria”, escribe Qiu, “es en realidad un inmenso chanchullo que sólo beneficia a los funcionarios del Partido, y que está inflando la economía hasta convertirla en una burbuja gigantesca”. La corrupción es, por supuesto, la hermana siamesa de esta fiebre del ladrillo: gangrena al poder y se extiende por todo el cuerpo social. Déjà vu, de nuevo.

       El Shanghái que describe Qiu es una ciudad en casi todo similar a cualquier metrópolis occidental: los muy ricos se van haciendo cada vez más ricos, las clases medias aspiran a disfrutar de las migajas del banquete y nadie atiende a los que caen en la pobreza y la marginación. Los símbolos de estatus son también idénticos: poseer automóviles alemanes de lujo, llevar relojes de grandes marcas suizas, ver la tele en pantallas extraplanas de muchas pulgadas, tomar café en un Starbucks, citar en inglés los latiguillos de las escuelas de negocios… Tan sólo el consumo de cigarrillos -abandonado por los saludables triunfadores de Occidente, pero aún vigente en China- y la tolerancia social con los poderosos que tienen concubinas –ahora llamadas pequeñas secretarias-, serían aún especificidades chinas.

          El enigma de China es la más amarga de las novelas policíacas de Qiu, hasta el punto de que deja al inspector jefe Chen al borde del cese o la dimisión. Ya no hay modo de terminar con la corrupción de la élite político-económica china; todo lo más, alguna que otra acción puntual de ciudadanos valientes puede poner fin a la carrera individual de tal o cual cargo. Esa acción se ejerce a través de Internet, utilizando con valentía los resquicios que deja el férreo control oficial del ciberespacio. Y si en alguna ocasión, como en el ficticio caso de Zhou Keng que constituye el argumento de esta novela, los denominados “ciudadanos de la Red” logran denunciar un ejemplo incontestable de podredumbre, el Partido Comunista hasta puede verse obligado a actuar. El corrupto así descubierto pagará con su cargo y hasta con su libertad o su vida el haberse dejado sorprender.

      _La nave, no obstante, sigue su rumbo. “No es justo que sólo hayan castigado a Zhou cuando en realidad la situación se parece a una cadena de cangrejos atados a una cuerda: todos están conectados”, dice Fang, uno de los personajes femeninos de El enigma de China. “La brecha entre los ingresos y el modo de vida de ricos y pobres no dejaba de aumentar, la corrupción y las injusticias flagrantes se extendían por todas partes, los productos químicos nocivos abundaban en los alimentos cotidianos”, recapitula el narrador de la novela. A eso le llaman oficialmente construcción de “una sociedad armoniosa”.

        En 1967 el italiano Marco Bellocchio dirigió una película llamada La Cina è vicina en la que aludía a la influencia en jóvenes de la izquierda europea de las ideas maoístas de la llamada Revolución Cultural. Hoy sabemos que la Revolución Cultural fue un cruel fiasco, del que la China actual abomina, aún reivindicando a Mao como padre de la patria y gobernada todavía en solitario por su partido, comunista en el nombre, neoconfuciano en realidad. Y nadie reivindica la Revolución Cultural en la izquierda europea.

          Lo llamativo es que China sea hoy muchísimo más vecina nuestra que en la década de 1960. Y no sólo porque consumamos muchos de sus productos y porque las colonias chinas sean numerosas en América y Europa, sino, sobre todo, porque China se nos va pareciendo como una gota de agua a otra gota de agua. 

     _Ahora es la derecha occidental la que la cita a China como modelo. De largas jornadas de trabajo, de sueldos justitos, de escasos derechos cívicos y sociales.. y de fortunas colosales conseguidas en un santiamén. Está claro: lo que triunfó a finales de los años 1980 no fue la democracia, fue el capitalismo. La idea de que el más noble objetivo del ser humano es acumular riqueza se extendió como una mancha de aceite por el Este. El darwinismo social –el triunfo del más fuerte o el más adaptable- se convirtió en forma de vida universal. En China, cuenta Qiu, los denominados Bolsillos Llenos, esa gente que cierra los tratos comerciales “en la cena, junto a la máquina de karaoke o en la sala de masajes”,  son los maridos con los que cualquier familia querría casar a sus hijas.

        _En El enigma de China resulta también interesante otra semejanza con España, esta vez con la presente, con la de 2014. Los personajes de la novela que intentan estar bien informados renuncian a intentarlo en los diarios impresos, todos oficialistas, y se buscan la vida en el océano de la Red. “Al igual que un número creciente de ciudadanos chinos, Peiqin creía que no le quedaba otra opción que informarse a través de internet”, escribe Quiu.  “La gente”, añade, “confía en Internet cuando quiere conseguir información detallada sobre esos funcionarios que engordan como si fueran ratas rojas”.

        La novela negra está contando el siglo XXI mejor que cualquier otro medio o género, y de ahí su popularidad. En concreto, Quiu nos está relatando, novela tras novela, la evolución de China. Tanto en lo muchísimo que se va pareciendo a nosotros como en lo poco que va quedando de su tradición: la comida, los poemas y deliciosas rarezas como ese “romance del erudito y la beldad” al que sigue aspirando el inspector jefe Chen.

Viaje al Irán de «Argo»

En los años 1980, la época en la que fui corresponsal en Beirut y Rabat, viajé con frecuencia a la República Islámica de Irán. Era muy difícil conseguir un visado de entrada, pero las autoridades de Teherán nunca me lo negaron por el simple hecho de que en mis informaciones sobre la guerra entre Irak e Irán siempre subrayaba que Sadam Husein había sido el agresor. Era una verdad que los medios occidentales tendían a ocultar.

El ambiente en Teherán era febril. La fea capital iraní era a la par escenario de una revolución de apenas pocos años de edad y una feroz guerra contra el vecino iraquí. Vivía el ayatolá Jomeini, su régimen era entonces popular entre las masas shiíes y todos los viernes se desarrollaban gigantescas manifestaciones de hombres barbudos y mujeres enlutadas que gritaban contra Sadam y contra América. Nadie parecía echar de menos a un Sha tiránico y cleptócrata.

Vi Argo hace unas semanas. Me gustó. No tanto como para concederle el Oscar a la mejor película que acaba de ganar, pero sí lo suficiente como para recomendarla vivamente a todos aquellos a los que les gusta el cine basado en hechos reales políticos y/o de espionaje. Es un buen thriller.

De la película dirigida e interpretada por Ben Affleck, lo que más me convenció fue el realismo casi documental de su ambientación en el Irán de los primeros años del jomeinismo. El paisaje urbano y humano del filme me devolvió de inmediato a mis viajes de entonces a Teherán. Pero aún más lo hizo la narración de lo difícil que era salir de allí.

Si conseguir un visado de entrada a Teherán era muy complicado, aún lo era más abandonar la ciudad por el aeropuerto de Mehrabad. Por razones de guerra, los aviones despegaban solo a primeras horas de la madrugada, y para acceder a ellos había que superar tres controles de identidad y otros tantos registros del viajero y su equipaje. El último, el de los pasdaranes, era, como bien cuenta Argo, el más angustioso.

La guardia pretoriana del jomeinismo velaba no sólo por cuestiones políticas y de seguridad, sino por cosas como que nadie saliera de allí con más dólares de los que había declarado al entrar o con algún recuerdo del país que pudiera ser considerado una antigüedad. Una vez me retuvieron durante horas por pretender sacar una hermosa miniatura que me había regalado un amigo. Era una noche de Ashura y la música del luto shií que atronaba la sala de interrogatorios de los pasdaranes reforzaba la impresión de pesadilla.

Argo recrea la historia de cómo en 1980 la CIA, con ayuda canadiense, logró sacar de Irán a un grupo de estadounidenses que habían escapado al asalto y secuestro de su embajada en Teherán. Buena parte de su argumento es histórico, como ha señalado Vincent Dowd en un reportaje para la BBC (Argo: The true story behind Ben Affleck’s Globe-winning film).

No obstante, Argo es una película y algunos de sus componentes son fantasiosos o muy fantasiosos. Uno de ellos es cierta santificación del principal servicio de espionaje exterior estadounidense. En una reciente reseña del libro The CIA in Hollywood, Tom Hayden ha denunciado la tendencia a la glamourización de esta agencia en Argo y otros filmes recientes. “La CIA”, escribe, “está colocando imágenes positivas sobre ella misma, es decir, propaganda, en nuestros modos más populares de entretenimiento”.

       A Jimmy Carter, el presidente de Estados Unidos que terminó pagando los platos rotos del secuestro de su embajada en Teherán, le ha gustado Argo. Como película, como entrenamiento, ha precisado. Sin embargo, le pone peros a la completa exactitud de su guion. “En mi opinión, el verdadero héroe fue Ken Taylor, el embajador canadiense que orquestó todo el proceso”, ha precisado en unas declaraciones recogidas por The New Yorker.

Pero, claro, resulta difícil que Hollywood dedique una película, y encima le dé el Oscar, a una historia protagonizada por un diplomático canadiense. Así que anoche fue la versión con heroísmo sobredimensionado de la CIA la que triunfó en Los Angeles.