No son fiestas para gente dura

No es la Navidad un buen periodo para la gente dura. El género negro la evita en la medida de lo posible. Apenas una alusión de pasada en El largo adiós, de Raymond Chandler: “Las tiendas de Hollywood Boulevard ya empezaban a llenarse de sobrevaluada basura de Navidad, y los diarios impresos comenzaban a aullar lo terrible que sería si no hicieras tus compras de Navidad a tiempo”. Es evidente que Philip Marlowe no le tiene gran aprecio al desvarío comercial de estas fiestas y, cabe imaginarlo, tampoco al resto, a ese almíbar que se supone debe endulzar nuestras palabras y acciones en los días más cortos del año.

Dashiell Hammett ambienta en la Navidad de 1932 las aventuras neoyorquinas de Nick, Nora y su perro Asta de El hombre delgado. ¿Pero por qué los protagonistas de la novela están allí en vez de en San Francisco, su ciudad habitual? Aquí está la respuesta:

“Nora le estaba diciendo:
—… tenemos que irnos siempre en Navidad, porque lo que me queda de familia le da mucha importancia, y si estamos en casa, o bien vienen a vernos o bien tenemos nosotros que ir a verlos a ellos, y a Nick no le gusta.
Asta se estaba lamiendo las patas en un rincón.”

Si a Philip Marlowe no le entusiasma la Navidad, tampoco a Nick Charles.

La novela negra es el género realista del mundo urbano contemporáneo, sus mejores obras tratan de cómo los ricos se las apañan para robarnos y salir impunes. Pero la Navidad se nos impone como un paréntesis en el mundo real en el que todos debemos volver a creer en Papa Noel, los Reyes Magos… y hasta en la bondad de nuestros banqueros, empresarios y gobernantes. Aunque como recordara Berlanga en Plácido el banco pueda expropiarte el motocarro en plena Navidad si no pagas la correspondiente letra, y como contara Frank Capra en ¡Qué bello es vivir!, llevar tu pequeño negocio a la bancarrota fulminante sin la menor misericordia.

Da igual: la convención asumida mayoritariamente es que la Navidad implica una tregua de buenos sentimientos, en la que todos los de abajo debemos creer. La callosidad de la vida solo es admisible ahora si sirve para despertar lagrimitas y suscitar la caridad cristiana, el ponga a un pobre en su mesa promovido en Plácido por Ollas Cocinex. Ni tan siquiera cabe en este período el humor negro: fíjense en las protestas que ha suscitado el cartel de “Oh, Blanca Navidad” asociado en la madrileña Puerta del Sol a una serie televisiva sobre Pablo Escobar.

Viajar estos días a un país de raíz no cristiana puede ser una solución. En la noche del viernes de la semana pasada disfruté de una caminata por el tangerino Bulevar Pasteur sin las ñoñas guirlandas luminosas que ahora dominan las principales calles occidentales. Lo hice notar a los amigos españoles con los que paseaba y todos convenimos en que era estupendo. Seguro que Philip Marlowe y Nick Charles hubieran apreciado esa experiencia… y también las cervezas que luego tomamos en el Number One.

Publicado originalmente en Cartelera Turia el  23 de diciembre de 2016.

PS, 2018: La Navidad también está presente en el arranque de L. A. Confidential, de James Ellroy. En forma de la brutal paliza que un grupo de policías le propina en plena Nochebuena a unos mexicanos enjaulados en la Comisaría Central de Los Ángeles.

Mujer y crimen

Noomi Rapace interpretando el personaje de Lisbeth Salander

Eva Díaz es la protagonista femenina de Lo que se espera de mí, novela policíaca de Alex Garzó, un joven escritor medio extremeño medio valenciano que se declara lector de Ferran Torrent. El otro día, presentando esta obra en la madrileña librería Gadir, dije que de todos sus personajes el que más me interesa es el de Eva Díaz, una mujer inteligente y buscavidas, que, por supuesto, no ha tenido una vida fácil. Creo que a Alex Garzó le gustó que vinculara su Eva Díaz con el arquetipo de la femme fatale, que yo mismo he intentado poner al día en Limones negros a través de la tangerina Adriana Vázquez. A su manera, la mujer fatal de las novelas y películas de los años 1940 y 1950 era una pionera de la causa de la libertad y la igualdad. Por eso, el código moral machista prefería que muriera trágicamente al final de la acción. Para que no cundiera su ejemplo.

Martha Hyer en la película «Down Three Dark Streets» (1954)

Soy un notorio admirador de la femme fatale del papel y el celuloide, desde la enigmática Irene Adler, la única persona capaz de derrotar a Sherlock Holmes en las novelas de Conan Doyle, hasta la manipuladora que interpreta Linda Fiorentino en La última seducción. Prefiero mil veces a la malvada Jane Greer de Retorno al pasado que a la muchacha rubita, buena y casadera que espera con ojos de cordero degollado al gilipollas encarnado por Robert Mitchum. Me gustan esos personajes femeninos que miran a los ojos de los varones con fuerza, con seguridad, con desafío si es preciso. Que explotan, y hacen muy bien, sus debilidades.

La ficción noir va ahora más allá y también nos las presenta capaces de cargarse a tiros a un regimiento; sirva de ejemplo la Lisbeth Salander de la trilogía Millenium. Este giro también me parece estupendo, aunque, de hecho, las mujeres son responsables de muy pocos de los crímenes violentos que se cometen en la vida real (las estadísticas las responsabilizan de apenas el 10% de los homicidios que padece el planeta). Lo acaba de recordar James Ellroy en BCNegra. “El asesinato”, declaró, “es cosa de hombres. Son los hombres los que matan”. El maestro sabe de lo que habla: su madre fue violada y asesinada en 1958 por un depredador masculino; lo contó en Mis rincones oscuros.

En todo caso, dije en la presentación de Lo que se espera de mí, la mujer siempre debe ser inocente para el autor de literatura negra. Mientras no se haya alcanzado la plena igualdad de derechos y deberes, la mujer, por fatal que sea, debe ser exculpada. O al menos, debe beneficiarse de eximentes o circunstancias atenuantes. No es paternalismo ni hostias, es tener un mínimo sentido de la justicia. Me pronuncié así con Adriana Vázquez y lo mismo hace Alex Garzó con Eva Díaz. También lo hizo Stieg Larsson con Lisbeth Salander.

Esta artículo fue publicado el 23 de febrero de 2018 en mi columna «La Dalia Negra» en Cartelera Turia (Valencia).